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Gabriel Martínez Navarrete

Multipliquemos nuestros talentos 2>

Vivir quiere decir enfrentarse a dificultades. Y enfrentarse a dificultades es lo natural: este afrontar la realidad es quizá el primer acto de alegría en la vida del hombre. Porque o estamos siempre alegres o nos aniquila la tristeza.

Admitir que podemos estar tristes es un acto de madurez; pero admitir la tristeza como hábito, nos lleva a la autodestrucción si no reaccionamos a tiempo, retornando a la alegría. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y Dios es un ser infinitamente alegre, que reparte sus dones a quienes están abiertos a Él.

Es cierto que alcanzar nuestros objetivos, implica trabajo. Y el trabajo solemos asociarlo con el esfuerzo, con el dolor del aprendizaje, pero también con el gozo y la felicidad, porque trabajo significa poder, crecimiento personal, multiplicación de nuestros talentos, forja de la personalidad, fuente de sustento, contribución al progreso de la humanidad, servicio a los demás.

Con el trabajo construimos nuestro futuro, de tal modo que el trabajo bien hecho, viene a convertirse en nuestro principal capital. Más aún, lo que hacemos en el presente, eso cosecharemos.

Es preciso responder a las dificultades con actitudes equilibradas: amor, sabiduría, lealtad, sinceridad, firmeza, justicia, amabilidad, paciencia, constancia, fortaleza, prudencia.

El trabajo implica un buen manejo del tiempo, de tal modo que hagamos más, con menos recursos. En muchas ocasiones se comienza a trabajar con lo que se tiene, sabiendo que pronto vendrá la multiplicación a causa de nuestros esfuerzos.

Paradójicamente, las personas que objetivamente no tienen tiempo, son las que sacan tiempo para todo lo que implique mejora personal o ayuda al prójimo. Tal parece que tienen el prejuicio psicológico de pensar siempre en los demás, y su generosidad las hace eficaces y felices.

No postergan sus deberes ni compulsivamente posponen las cosas. Estas personas prevén, planean, están al corriente y las motivan los valores. Saborean el éxito. Deliberadamente eligen lo positivo, como actitud profundamente arraigada. Se sienten satisfechas, dueñas de sí, guías de su propio destino. Confían en el prójimo, por ello pueden delegar y llegar a más.

Sus emociones positivas les ayudan a reafirmarse en la realidad: a desear el bien de los demás, saben esperar, poseen fe, su risa es inteligente y alegremente contagiosa. Son leales y cercanos al prójimo. Con gran deseo de vivir… No les desanima haber sido machacados por situaciones de pérdida, ven la muerte como un servicio de la vida.

El poder de la autoafirmación

Cinco prácticas que le ayudarán:

1) Utilice técnicas de relajación, para implantar técnicas de autoafirmación. Cuando estamos relajados nos encontramos más abiertos al aprendizaje. Por ejemplo, durante los ratos que anteceden o siguen al sueño crepuscular –o en cualquier otro tiempo del día-, podemos hablar con el Creador.

2)  Utilice la repetición para lograr el éxito. Para iniciar un cambio o disponerse para un suceso futuro, repita afirmaciones propias que le lleven a crecer o a conseguir un cambio en la dirección deseada.

3) Utilice la imaginación y la visualización para ver el cambio. Véase usted mismo cambiado. Cuánto más sentidos empleé, más fácil cambiará. Lo visual, sonidos, tacto, olores, etc.

4) No haga caso de la imaginación negativa.  Ábrase a lo positivo. Solemos vivir demasiado de los recuerdos y muy poco de nuestra imaginación positiva. Si usted lo puede imaginar, usted lo puede hacer.

5) Identifique su defecto dominante, y anótelo para que lo recuerde cuando lo haya olvidado, y continúe cambiando viendo la vida de modo positivo, abierto a la alegría y al olvido de sí, que le llevarán a actitudes creativas e innovadoras.

Con madurez y criterio podemos resolver los problemas 2>

Comienza a manifestarse el criterio cuando sentimos que nuestra preocupación es cada vez mayor por los demás que por nosotros mismos. Madurez en lo espiritual, en lo familiar, en lo profesional y en las relaciones sociales. La madurez va unida al criterio.

Para adquirir criterio necesitamos preguntar y aprender de los demás, y sacar experiencia de las cosas y de los acontecimientos negativos y positivos.

La capacidad de valoración y de juicio, aumenta en proporción a la profundidad de juicio de la persona y a la seriedad con que afronta la vida. De nada nos sirve lamentarnos de las cosas que van mal, porque siempre es posible mejorarlas.

Han perdido la capacidad de juicio: los que se pierden en detalles, los que viven fuera de la realidad, los que no hacen nada, los que hacen demasiado y los que se les va el tiempo en cosas que no son necesarias.

Los signos de quien posee un buen criterio siempre llevan el ingrediente de la veracidad. Las cualidades de su crítica es que ésta es positiva, constructiva, amable y oportuna. Es una crítica respetuosa que salva a las personas y a sus intenciones.  Por la sencilla razón de que es necesario amar a los demás como uno se ama a sí mismo.

Los límites de la capacidad de criterio residen en la ley natural y la ley divina.

Existen diversos tipos de juicios:

  • La crítica del fracasado: querría arrastrar a todos en su propio fracaso.
  • La crítica irónica: mordaz, ligera, superficial: más se parece a una burla que a una crítica lógica.
  • La crítica del envidioso: es ridícula y vanidosa.
  • La crítica del orgulloso y avasallador: es despiadada, formada con los peores ingredientes.
  • La crítica del ambicioso: es desleal, porque tiende a iluminar su persona con menoscabo de los demás.
  • La crítica del sectario: es apriorística, parcial, injusta y mentirosa.
  • La crítica del ofendido: es amarga y punzante.
  • La crítica del honrado: es constructiva.
  • La crítica del amigo: es amable, positiva y oportuna.
  • La crítica del cristiano que practica: es santificante.

La persona con criterio: respeta a la persona y sus intenciones; no juzga ni critica a quien no conoce.

Expresar un juicio, formular una crítica, supone el perfecto seguimiento en todos los aspectos: seriedad, rectitud, justicia, veracidad, etc.   de lo que es objeto de atención.

El juicio del superficial: habla de lo que no conoce; se apropia de la crítica que ha oído decir a otros, sin tomarse la molestia de verificarla. El juicio del ignorante: es siempre injusto y funesto.  El que no hace nada: no recibe ninguna crítica

El crítico con rectitud de intención: se expresa con caridad, y desea del bien de los demás. Asegura a su crítica todas aquellas buenas cualidades, con la que debe estar adornada.

Defenderse de la crítica injusta y mala es virtud y hasta un deber. Pero también puede ser algo muy positivo no decir nada, porque la verdad se impone siempre.  Aceptar la crítica buena, es prueba de sabiduría.

Es necesario saber-dejarse-decir las cosas: con alegría y con agradecimiento. El que aprende a escuchar y preguntar, llegará muy lejos con sus talentos. Tener siempre presente que las cosas que hacemos mal:  se pueden corregir y hacer mejor.

El que hace algo casi siempre es criticado por algunos, aunque no por todos. Es importante   no hacer caso al “que dirán”: sobre todo de la crítica envidiosa, superficial, etc.

Ese que hace algo positivo, aprende a hacer las cosas mejor porque todo es mejorable. Los que disfrutan resolviendo problemas, saben que las crisis nos hacen más inteligentes.

Si somos mejores, los demás también lo serán 2>

Nada anima tanto como conseguir que los demás mejoren: porque uno entonces habrá mejorado. Si deseamos superarnos, debemos aprender a ser mejores, nadie nace sabiendo. Para educar, es necesario ir por delante, dar ejemplo, vivir antes las cosas. No podemos dar lo que no tenemos.

“Farol de la calle y oscuridad de tu casa”, reza el refrán. Y es cierto: la caridad empieza por casa, y primero por el ejemplo.

Psicológicamente, cuando el niño pequeño de la familia crece, se realiza en él un proceso de identificación con sus padres, quienes empiezan a estar presentes en la conciencia del chiquillo y forman parte integrante de la personalidad del pequeño.

Ésta es una de las razones por las que el carácter de los padres necesita ser excelente, dado que el niño aprende a superarse imitando, y se identifica con las personas que le sirven de patrón: los rasgos que asimile influirán en su vida posterior.

El niño que no es querido por sus padres, que es identificado como malo y regañado o maltratado sin razón, adopta una actitud negativa hacia sí mismo, que, a su vez, influye en sus procesos de identificación posteriores, que le llevarán a una desintegración de su personalidad y a ser potencialmente un delincuente: “si mis padres me rechazan, es porque soy malo.”

Es probable que el niño se haga el siguiente razonamiento: Si en mi casa me tratan mal, Luego también la sociedad –compañeros de clase, profesores, la gente, etc. – lo harán así conmigo”. Incapaz de vivir la solidaridad y la lealtad con los demás, se convertirá en un joven problema.

Si el niño es acogido con cariño por sus padres, y se le ayuda desde pequeño a identificar las cosas como son, cuando sea adulto tenderá a formarse en una expresión de sano equilibrio y positivo desarrollo mental.

No obstante, lo más importante de todo consiste en educar a los hijos para que desarrollen las virtudes humanas, que son propiamente las fuerzas del hombre, lo perfeccionan y le permiten realizar el bien. En este sentido puede uno mejorar sin límites.

Cuando los niños ven en sus padres una actitud cansina y pesimista ante la vida, cuando se lamentan y sr quejan ante las dificultades; cuando no son sinceros; cuando descubren que sus padres no desean tener más hijos -por miedo a complicarse la vida-; esos niños se encuentran lejos de formarse en la alegría.

El pesimismo como disposición psicológica es un vicio emparentado con la desesperanza, la soberbia, la vanidad y la presunción, es decir, con la tristeza.

Los hijos requieren formarse en un ambiente de alegría, en un claro optimismo, que es una virtud íntimamente unida a la fortaleza de ánimo, audacia y humildad para cumplir los deberes. Esa alegría se fundamenta en la misma libertad y responsabilidad personales y en la realidad de sentirse hijos de Dios.

Ayudar a los hijos a que dominen el presente:   el cumplimiento exacto de sus deberes de cada instante: estudiar, hacer la tarea, realizar un encargo, jugar, saber ser un amigo, rezar, etc.- les ayudará a tener un sentido positivo de la vida, sobre todo si se les enseña a comprender y a tratar a los demás como quisieran ellos ser tratados.

Rasgos importantes del líder 2>

Supera al competidor, sin eliminarlo.

Persuade con hechos, más que con palabras. Es congruente y constante en su misión.

Es sociable. Se relaciona bien con los demás.

Tiene muy claro que sin el prójimo no puede hacer nada; observa con interés lo que atañe al otro.

Mantiene un aprecio genuino por la gente.

Evalúa los puntos de vista de los demás, y procura verlos tan claramente como si le fueran propios, y actúa en consecuencia.

Piensa y hace pensar en lo que puede desear y sentir el prójimo. Personalmente, aprecia las cualidades propias y ajenas, y conoce los puntos débiles tanto propios como de los demás.

Promueve valores humanos y espirituales: libertad, responsabilidad, fidelidad, unidad, justicia, trato con Dios, etc.

Entiende y promueve la realidad en que se halla.

Distingue entre hechos y opiniones.

Posee sentido de dirección, sabe conducir a su gente.

Tiene el valor de actuar. y lo hace con finalidades concretas y con tacto.

Confía en sí mismo y posee una autoimagen adecuada y realista de él.

No lucha por ser “alguien”, sino que –mediante el trabajo—se esfuerza por ser él mismo- y aprende de las cualidades de los que son mejores que él.

Sobresale y está orientado al servicio de los demás.

Sabe pedir consejo y lo hace con la persona adecuada.

Precisa unirse a otros –aunque no comparta con ellos sus convicciones-. Se percata que cada persona es útil, única e irrepetible, y acepta las diferencias.

En su trabajo en equipo, se esfuerza por alcanzar el fin previsto, apoyándose y mejorando las cualidades personales y las del grupo.

Es alegre y mantiene un constante y sano sentido del humor, sin importar las dificultades por las que atraviese.

Vivamos la alegría en el trato 2>

“El mundo de las cosas en que vivimos pierde su equilibrio cuando, desaparece su cohesión con el mundo del amor” (Tagore). “Media humanidad se levanta todos los días dispuesta a engañar a la otra media” (refrán popular). “El hombre es un lobo para el hombre” (Hobbes). “No te fíes ni de tu padre” (frase popular).

Estas posiciones negativas ante la vida, nos llevan directamente al pesimismo y a una terrible incomodidad.

El mundo no es tan malo como lo pintan. El mundo es bueno y lo hacemos malo los hombres con nuestras tonterías. Necesitamos un hogar luminoso y alegre: donde se mira con gozo a los ojos: donde se trabaja con júbilo, se ríe y se confía.

Para conseguir este sano nivel de alegría se necesita mucho valor, renuncias, sacrificios y olvido de sí, por cada uno de los miembros que integran la sociedad.

El don de la sencillez es lo cotidiano, donde cada uno cumple su cometido y se ocupa de los demás. La caridad bien entendida comienza por uno mismo, pasando inadvertido, y comprendiendo al prójimo.

La única manera de vivir la alegría consiste en estar uno gozoso y participar esa alegría a los demás. Esta alegría sino la tenemos, todos necesitamos adquirirla y   que dar y enseñar a vivir. La alegría es el lubricante que hace más llevaderos los roces en el trato.

Cada uno es único e irrepetible y tiene sus peculiaridades.

Hemos de vivir la alegría en el trato. No se trata de adoptar posturas dulzonas, sino de decir las cosas como son, objetivamente, y en el tono correspondiente, según las circunstancias. Por ejemplo, un “por favor”, que bien cae. Es un error avasallar a los demás con nuestro carácter egocéntrico.

Vivir la objetividad: las cosas son como son, y vienen una detrás de otra.

Vivir el equilibrio en las relaciones con los demás, ser cordiales, humanos, felices… Si queremos estar alegres y dar alegría: no nos creamos ni los más listos, ni los depositarios de la razón, ni los imprescindibles. De lo contrario adoptaremos la ley del más fuerte que trata de poner la bota en el cuello de los demás.

Respetar el punto de vista ajeno: saber escuchar. Todos nos necesitamos los unos a los otros, por ende, es buena virtud saber escuchar (se aprende más escuchando, que hablando).

Sólo los dogmas no son opinables. Las demás cosas son verdades parciales que hay que aprender. Hablando se entiende la gente. Se puede convivir con gusto en medio de una pluralidad de opiniones o criterios.

Para llegar a esta convivencia alegre, antes hay que respetar la libertad de las conciencias. Actuar pensando que la gente es buena, hasta que no demuestren lo contrario.

El piensa mal y acertarás es pesimista y conduce al recelo y a la desconfianza. Sonreír, cuando esta sonrisa es sincera, es acertado y lubrica el trato mutuo.