Uno de los mayores engaños en que suelen caer los falsos líderes, consiste en la pérdida de la objetividad, haciendo creer que una cosa es verdadera porque corresponde a las teorías que ellos preconizan, o porque favorece al sistema que prefieren.
La tristeza es la pasión más terrible que impide la acción de la razón. Se necesita una virtud que anonade a la tristeza y nos haga alegres, la cual es la paciencia.
Con la paciencia “soportamos los males con igualdad de ánimo, sin que la cobardía nos haga abandonar el bien que ha de conducirnos a los cielos” (san Agustín).
La paciencia hace soportar la adversidad: Reprime primero la tristeza, evita el odio, deja campo libre a la caridad e impide las reclamaciones injustas.
La caridad es paciente. “El ardor del deseo produce la tolerancia de las penas y de los dolores; nadie consiente de buena gana en lo que lo tortura, si no es a causa de lo que le regocija” (san Agustín).
La paciencia es la raíz de las otras virtudes porque aparta los obstáculos para su ejercicio, por ejemplo: la virtud de la longanimidad: atiende a un bien más o menos lejano, y no se desanima por la prolongada espera en conseguirlo. La virtud de la constancia: no contenta con esperar pacientemente el bien que resultará de la pena, se dedica con obstinado trabajo en realizar ese fin.
Para “hacer el bien” hay que acometer empresas arduas y para “evitar el mal” hay que sufrir situaciones muy diversas. La paciencia se considera, por tanto, una parte de la fortaleza. especialmente si se trata de sufrir las contradicciones como el dolor, y la más fuerte para el hombre, como es la muerte.
La paciencia en cuánto hábito nos conduce a una firme adhesión al bien; sólo la adhesión al bien que peligra, hace posible rechazar el mal que se le opone. Santo Tomás define la paciencia como la virtud, por la que los males presentes se soportan de tal modo, que de ellos no se deriva nunca una tristeza sobrenatural. La paciencia permite estar alegremente unidos a Dios.
La paciencia en cuánto hábito nos conduce a una firme adhesión al bien; sólo la adhesión al bien que peligra, hace posible rechazar el mal que se le opone. Santo Tomás define la paciencia como la virtud, por la que los males presentes se soportan de tal modo, que de ellos no se deriva nunca una tristeza sobrenatural.
Con la perseverancia está relacionada la paciencia, porque ambas son parte de la fortaleza en cuanto es propio de esta virtud cardinal resistir el mal. La paciencia fortalece al alma para que supere la tristeza proveniente de los males que hay que soportar.
Solo la caridad –el amor a Dios más que todo- inspira el sacrificarle todos los bienes creados, por lo tanto: soportar con alegría todas las penas que resultan de la privación. La paciencia “soporta voluntariamente y todo el tiempo que sea necesario, cosas difíciles penosas, por un objeto penoso y útil.” (Cicerón).
Es importante que nos eduquemos en la paciencia. No nacemos pacientes: Como toda virtud esta se adquiere con repetición de actos.
Luego de oír los consejos, si hay verdadero amor es sencillo que el afectado acepte lo que le hacemos saber. Solo uno mismo puede decidir la conveniencia de comunicar los defectos a alguien. Por ello, es importante estar a su lado para ayudarle, sacando todo el bien posible de aquella deficiencia.
Para saber si nuestro ideal es algo que valga la pena –por el esfuerzo y las cosas que dejamos para hacerlo realidad-, es preciso relacionar las propias posibilidades con las necesidades de los demás, porque todos requieren recibir ayuda: nadie se puede sostener sólo.
No se trata de forjarnos una utopía, si no de ser realistas, sabiendo que es imposible encontrar la felicidad plena en esta vida, pero que, si resulta posible una felicidad relativa y que, al menos, se pueden crear las condiciones para serlo.