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Gabriel Martínez Navarrete

ALEGRÍA Y CRECIMIENTO EN EL TRABAJO 2>

Como directivo, el trabajo principal es hacer que ocurran las cosas, lograr resultados, en el que todo mundo salga beneficiado (aunque, a veces, alguien tenga que “pagar los platos rotos”). Por este motivo, lo primero consiste en lograr los resultados necesarios, a la vez que dignificamos a las personas. Si actuamos de otra manera, el trabajo resulta contraproducente, porque “no todo lo que brilla es oro”.

Si reducimos nuestra actividad a sólo conseguir resultados económicos, el trabajo perderá su medio para perfeccionar nuestra personalidad y servir a los demás. Por ej: uno puede ser generoso si existe otra persona, porque puede darse y ayudar. Para este intercambio, existen cinco ámbitos básicos, que tienen una jerarquía. El primero incluye a los otros: 1) Dios; 2) familia; 3) trabajo; 4) amigos, y 5) la sociedad.

Un orden sano y vital consiste en realizarse con la esposa y los hijos, ser exitoso en el trabajo y mantener amistades profundas. Si quitamos a Dios de nuestras vidas, hemos equivocado el camino

Los resultados son parte esencial de todo trabajo productivo. Precisamente porque se trabaja por amor (no por deber), debe haber resultados: son parte esencial e integral de todo trabajo. No tener resultados, por no haber puesto los medios, equivale al fracaso e inutilidad.

Para conseguir el crecimiento sin límite en nuestro trabajo se requiere: producir los resultados necesarios para lograr lo esencial en el trabajo actual. Ello implica rechazar fantasías, excusas, lamentaciones, dilaciones y desviaciones. Aunque las cosas nos llegan como son, uno necesita corregirse continuamente.

Se sugiere lograr los resultados minuto a minuto. Esto podríamos expresarlo así: “En este momento estoy trabajando tan bien, como me es posible hacerlo; el día de hoy es cuando vence el plazo y hoy debe quedar terminado”. Es decir, cuidar la oportunidad y saber terminar las cosas.

Sin un   trabajo acabado, cuidado en los detalles, el resultado obtenido será marginal. Escribió San Josemaría: que el heroísmo del trabajo está en “acabar” cada tarea (cfr. Surco, n.488). Sin los resultados, todo lo que se hable de crecimiento, avance y mejora es una ilusión.

Por ello, la actitud adecuada es la lucha, tamizada por el amor (con obras, no solo deseos). Si no se logran los resultados, hemos de descubrir la causa y corregir la desviación, reforzando tanto el orden interno personal como el orden propio de la tarea.   Aunque esté uno retrasado en el avance, lo logrado cuenta: ya habrá eliminado las fantasías y errores.

Lograr los máximos resultados en la  tarea que se nos asigne. Esto requiere tomar como propia la tarea y ponerle el ingrediente de la alegría. La alegría es parte integrante del trabajo. Una persona triste, es muy probable que produzca un “triste trabajo”.

Realizar la tarea por amor –como hemos dicho- y hacerlo porque se nos pega la gana, es decir, porque uno quiere y no como algo impuesto desde fuera. Y aplicar la habilidad de concentrarse siempre.

Concentrarnos para seleccionar los elementos esenciales del trabajo; descomponer cada elemento en sus tareas claves, y convertir cada tarea, en un trabajo acabado al detalle.

Los resultados máximos provienen de anticipar qué es lo que va a resultar necesario y tenerlo preparado antes de que se vuelva necesario. Es decir: la sagacidad o prontitud para poner los medios. Esto es más que concentrarse en lo esencial de hoy: es, asegurar hoy los recursos que serán esenciales para mañana.

Siempre hay que tomar el l trabajo como un medio que nos permite perfeccionarnos y como un modo de servir a los demás, y estaremos siempre alegres cuando trabajamos. Si tenemos fe, hacerlo primero para la gloria de Dios. La alegría que produce el trabajar bien y con rectitud de intención, pone en olvido la fatiga.

ALEGRÍA, OPTIMISMO Y BUEN HUMOR EN TODOS LOS MOMENTOS DE LA VIDA 2>

Desde el punto de vista psicológico, la alegría supone un sentimiento en el que lo que penetra inmediatamente en nuestra intimidad es considerado como un don (ya sea una cosa, un ser, un acontecimiento). En la alegría descubrimos el sentimiento de felicidad.

Existen dos clases de alegría:

– La externa: fisiológica y con un fugaz sentimiento de jovialidad, diversión, placer momentáneo, que es pasajero. Se manifiesta:   con risa, extraversión, dinamismo físico, etc. que pronto pasan.

-Y profunda: espiritual, apoyada más en el tono vital, que abarca toda la personalidad. Se manifiesta en la sonrisa, paz interior, serenidad y felicidad. Esta alegría profunda penetra toda la vida anímica y muestra una particular dirección de todo el horizonte objetivo de nuestra existencia, dando una nueva, positiva y perenne luz, a nuestros pensamientos y nuestra voluntad.

-La naturaleza de esta alegría profunda es espiritual y sobrenatural. Esta alegría es fruto del Espíritu Santo (Gal 5, 22). La alegría proviene de la unión con Dios y es consecuencia de la filiación divina, del abandono filial. Trae consigo una tranquila humildad. Esta alegría se hace más profunda e intensa conforme estamos más cerca de Dios.

Manifestaciones de la alegría profunda: es fruto del alma que está en gracia de Dios.  Gracia, que no está unida a circunstancias favorables o adversas. “Estad siempre alegres”, incluso a la hora de la muerte.  Serenos, objetivos, en todos los actos de la vida. Estas manifestaciones son fruto de la caridad.

Si pretendemos permanecer alegres –ser felices-, con buen humor, tratemos de comprender a los demás, cuidando tratar a las personas como quisiéramos que los demás nos tratasen. “No quieras para otro lo que no quieras para ti”.

“Una alegría compartida se transforma en doble alegría; una pena compartida, en media pena” (Anónimo).

La alegría se alcanza tratando de vivir la sinceridad. Pongamos optimismo y buen humor a nuestras vidas, la pasaremos mejor. En igualdad de condiciones, sale siempre ganando quien toma las cosas con alegría, optimismo y buen humor, como ocasión –muy deseada-  para estar en amistad con Dios.

LA AMISTAD ABARCA A TODAS LAS PERSONAS 2>

El amor es el acto por el cual la voluntad se identifica y se reúne con la alegría y bienestar del otro. La amistad auténtica es la que sabe compartir esta alegría, sin el más leve rastro de envidia.

Es amigo aquel que comparte los gozos y las penas. El amigo es el otro yo.  Es decir, la felicidad y el dolor ajeno, pero hechos propios. Para ser dichoso, el hombre necesita de los otros. Hemos de ser amigos de todos.

Todas las formas de amor genuino son participación del amor de Dios (cfr  Apc 3, 19-20). Por ello, amar al amigo es desearle que viva en el bien y en la verdad.

Debemos amar a los amigos como son, incluso con sus defectos.  Si de verdad queremos al amigo, desearemos que l supere los defectos y desarrolle sus virtudes.

Es sintomático -de la verdadera amistad-, manifestarle esos defectos al amigo en una conversación cariñosa, sincera e íntima.

Es preciso que el amigo se decida a poner los medios –convenciéndose él mismo- de la necesidad de esa lucha por comprender al otro. Esto requiere paciencia, siendo exigentes y enfrentando al amigo con la realidad. La solución nunca está en la violencia.

El consejo dado para el bien del otro facilita la libertad: aporta nuevos elementos de juicio, que enriquecen las posibilidades de elección. Es el momento de comprender y estar al lado del amigo, para ayudarle a superar el obstáculo, y que elimine sus defectos –especialmente el dominante- y los transforme en virtudes.

Aunque en la amistad humana no se da una verdadera y completa intimidad (esta la tendremos solo con Dios), es en el amigo con quien se habla sinceramente y se piensa en voz alta.

No obstante, la amistad debe salvarse, aunque no se compartan las creencias: pero esta no pueden ignorarse. Si las ideas son opuestas, al menos el afecto debe unir la amistad, porque es mejor esto que nada.

La verdad existe, y hay que descubrirla: son los dogmas lo que es inmutable. Lo opinable, son verdades parciales. Los hechos admiten interpretaciones. Pero no puede cederse en los dogmas.

Lo que se pide es ser consecuente con lo propio y estar dispuesto a dejarlo si nos aparta de Dios. 

Ayudar al amigo. Para ello es necesaria una actitud de olvido de sí mismo. El amor debe prevalecer y centrarse en la persona: “qué maravilla que existas”. El amor abarca a la persona entera y a todas las personas a las que hemos de amar como a nosotros mismos.

SUPERAR RASGOS PERSONALES QUE LIMITAN EL TRABAJO COTIDIANO 2>

Nunca imponga. Gane en empatía con la gente, y consiga –si es preciso, trabajando en equipo-  objetivos precisos y predeterminados. Siempre que sea posible dirija colegialmente. Así obtendrá el apoyo de la mayoría y las decisiones podrán ser más acertadas.

Descubra –si es necesario preguntando- y ayude con soluciones acertadas las preocupaciones de las personas que dependen de usted o estén relacionadas con la labor que lleva a cabo. Suele ser que La persona sea más importante que las cosas.

Identifique los rasgos que bloquean la eficacia en el trabajo y sustitúyalos por otros que potencien el logro. Es oportuno enterarse cómo nos ven los demás. Pero no hemos de hacer caso al “que dirán”. Lo importante es lo que está bien.

Será más fácilmente escuchado si no echa las verdades a la cara a las personas. Siempre que sea posible corrija en privado, en forma firme y sin humillar, animando a superarse.

Es imprescindible trabajar -sin miedo a las personas o a las cosas-  para ir limando las debilidades personales. Es ineludible y provechoso modificar la propia conducta, para ajustarla a los cambios de condiciones personales y/o de trabajo.

Le ayudará tener presente el trabajo de escritorio y acabarlo: asuntos, notas, orden administrativo, etc. Lea y estudie los papeles una sola vez –y si se hace necesario repáselos varias veces, hasta tener una idea clara de las cosas-, y siga adelante.

Pensar primero, y luego hacer, nos permite producir más y mejores resultados, eliminar contratiempos y nos prepara para un futuro crecimiento. Hay que procurar que el consejo o la asesoría ayude siempre a la toma de decisiones.

Reflexionar y pensar, es imprescindible para aprender cómo utilizar una destreza o capacidad que nos lleve a una eficacia cada vez mayor. Y luego aprender cuándo no debe usarse.

Además de trabajar bien, es necesario saber tratar con respeto y delicadeza a la gente.

Para asumir la responsabilidad de decidir y tomar decisiones acertadas, se necesita, como hemos dicho, adquirir experiencia y tomar consejo, que lleven a decidir acciones que tengan el mínimo de consecuencias adversas, y que sean claramente acertadas, y si es posible mejor que lo planeado.

Es ineludible aprender a responsabilizarse cuando las decisiones salen mal, y aceptar las consecuencias. para luego corregirse e ir por el camino atinado. 

Cada ascenso pide esforzarse por abandonar algo que ya no sirve, e implica la flexibilidad por  aprender una conducta nueva, que refuerce lo anterior. Siempre aprender de modo constante.

Necesitamos líderes que sean sensatos 2>

“El que no se sabe dirigirse a sí mismo, ¿cómo sabrá dirigir a otros? –dice un viejo refrán-. La respuesta: Desde luego que muy mal. Aquel candidato que no tiene unidad de vida: y en lo que hace, dice y piensa carece de coherencia –de criterio-, no podrá ganarse la confianza de los que él se imagina son o serán sus leales seguidores. El ejemplo arrastra, las palabras huecas desaniman.

Esto lo tienen muchos dirigentes: un desorden en la cabeza y en los afectos: por un lado, no saben poner orden en su casa, y, por otro se empeñan en dirigir un país… Irónico, ¿verdad?   Este hecho es frecuente.

¿Por qué tantas crisis económicas, sociales, educativas, familiares, religiosas, etc.? Acaso es porque se oculta la verdad de los hechos y se maquilla la realidad de las cosas, tratando de hacer creer a los demás que lo negro es blanco y que lo amarillo es rojo-.

Querer dirigir siendo personalmente desordenado, es tan absurdo como querer escuchar la grabación de una aria de ópera interpretada por un mudo.

¿Cuál sería la formación necesaria para que un líder dirija con eficacia? La respuesta es clara: La verdad sobre el hombre. Un dirigente necesita estar bien formado en el terreno de las cosas, en el campo de las ideas y ser un profundo conocedor de las personas, entendidas estas últimas en toda su dignidad humana.

La libertad es la medida de la dignidad y de la grandeza del hombre. Se trata de que el líder, utilice la libertad en forma responsable, en base al bien, no en forma ventajosa y utilitaria.  Se necesita que recordemos esas palabras tan conocidas: “La verdad os hará libres”.

Por ejemplo: Para muchos de los ciudadanos, y para mí, provoca una gran alegría y confianza, esa afirmación –clara, tajante- que está en boca de muchos:   la vida del ser humano comienza en el primer momento de la concepción, y la necesidad imperiosa de respetar y defender esa vida. Esto es sólo un botón de muestra –pero piedra angular- de lo que exigimos del futuro líder.

La apariencia ya no funciona. Cubrir las exigencias de un auténtico líder, implica una formación excepcional, tan extraordinaria, que solo muy pocos mexicanos, están adecuadamente capacitados para dirigir a México hasta su alto destino.

En el entendido que para asumir el poder se necesita del convencimiento del pueblo, manifestado mediante los votos, de modo que la relación dirigente-ciudadano se realice sin violentar la verdad y la libertad de los ciudadanos y sus asociaciones políticas, económicas, sociales, religiosas, etcétera. Desear locamente el poder por el poder, sólo provocaría que los mejores proyectos de la Nación fracasen, se doblen como un churro, porque no hubo personas capaces.

No basta conocer los mecanismos necesarios para llegar al poder y permanecer en él. Sólo con autenticidad, se llega a conocer efectivamente ese bien común, de cuyo respeto y defensa dependen la concordia entre los dirigentes y los ciudadanos; la humanidad de las decisiones, el respeto a la libertad de la persona, la unidad del país.

Además, un auténtico líder debe ser capaz de comprender el mundo de las ideologías, sin caer en la ingenuidad que estas son una panacea, es decir: Que solo basta aplicarlas, para que las cosas salgan.

Se alcanzan las metas con trabajo eficaz, ordenado, constante, que dignifique al hombre. Es preciso conocer la verdad. Esta actitud implica superar el miedo, siendo conscientes de que el hombre no está sólo: Dios está con él.

Si no fuera así, el dirigente quedaría atado de manos por los expertos que le asesoren en los aspectos que no domine y, en la práctica, él dejaría de ejercer el gobierno. Y la obediencia del ciudadano convencido se resentiría, por los defectos dañinos que provoca todo desgobierno.

El ciudadano que no ejerce el poder es sumamente difícil de contentar, y para mantenerlo feliz, el dirigente necesitará ser sensible no solo a las materialidades más apremiantes, sino crear las oportunidades para hacer que las gentes hagan lo que deben hacer.

Pero, es importante decirlo, el próximo líder tendrá que abrir incontables cauces para construir e influir con ideas sensatas. No olvidemos, que se aprende más escuchando, que imponiendo.

Recordemos que los buenos conductores de Estados, no se han elevado a la categoría de “grandes hombres”. Dice un adagio chino: “Dios libre a los pueblos de los que se creen grandes hombres”.