El cristianismo nos confirma lo anterior y nos explica mucho más. El alma, según haya sido la conducta de la persona puede tener tres oportunidades: el cielo, el purgatorio y el infierno.
El día a día fortalece a mamá y a papá, se dan cuenta de lo importantes que son, sin ellos el bebé no se alimenta, no está limpio, no se desarrolla adecuadamente, pues, aunque al principio no se note, ese bebé va adquiriendo paz y seguridad porque siempre alguien le atiende ante sus balbuceos y llantos incomprensibles.
Esto sucede con nuestra vida. Diariamente no la valoramos. Generalmente sólo se detienen a estudiarla los médicos, los filósofos y algunos más como los abogados, que indican una serie de sanciones a quienes atentan contra ella sin motivos justificados. Personalmente reflexionamos sobre ella cuando falla algún aspecto, o cuando quieren incrementar su rendimiento como los deportistas.
Al darse la fecundación, el nuevo ser humano es querido por Dios. No es alguien que nace y “a ver qué sucede”, esa criatura tiene una misión, un encargo directamente dado por Él. Y además dotado con unas inclinaciones para realizar ese proyecto. Esa misión es para provecho de la misma persona, y con esa tarea beneficiar a los demás.
Sabemos que en el núcleo familiar se produce, de manera natural, una influencia educativa. Esa influencia puede ser más profunda y visible, cuando advierten que todos necesitamos de los demás.