En el calendario universal de la Iglesia católica, el primer día del mes de noviembre es para celebrar a Todos los santos, y el día dos para rezar por los fieles difuntos.
En México la celebración de los difuntos es en el fondo una fiesta. Sí hay duelo y dolor, sin embargo, le damos a la muerte un carácter jocoso, cómico, alegre y también tenebroso. Me consta la sorpresa para otros países de este modo de vivir ese día, que además en México ocupa más de un día. Según las regiones son varios días previos al día 2. Unos dedicados a los niños, a los adultos, a los muertos por algún tipo de accidente o violencia y a los de muerte natural.
Es una celebración donde se nos muestra la gran sabiduría, respeto y discernimiento de los primeros catequistas españoles que vinieron a México. Supieron entender el dolor y la alegría, el respeto y la broma de los naturales de estas regiones y las conservaron enriqueciéndolas con la catequesis católica sobre la muerte. Su trabajo les costaría enseñar a discernir para desechar lo erróneo y desterrarlo. Esto no ha sido fácil y todavía algunos conservan supersticiones.
El cultivo de las flores, el papel picado y todos los elementos de un altar de muertos es original en nuestro país. Es imprescindible poner la fotografía de quienes han muerto en el transcurso del año y además preparar los platillos que le gustaban. En algunos lugares en la puerta de la casa donde habitó el difunto se señala el camino para entrar con pétalos de flores de cempaxúchitl, para que el difunto recuerde el camino.
Además de respetar esas costumbres donde se manifiestan los vínculos familiares conservados aun después de la muerte, conviene descubrir el trasfondo de nuestras creencias y esperanzas. Dos son básicas, una derivada de la principal: Primera: Dios no quita lo que da. Segunda: por eso la vida no se termina, se transforma.
La muerte es el inicio de la transformación, el cuerpo se separa del alma, El cuerpo vuelve a la tierra y el alma recibe lo merecido por sus acciones que se revisan ante Dios en un juicio particular. Después del juicio hay tres opciones. Una entrar al cielo si la conducta en la tierra fue buena y con sus acciones rectificó y corrigió lo que no estaba bien aprovechando también la ayuda brindada por el mismo Dios.
La segunda es purgar las faltas que no pudo compensar en su vida terrena y entonces sufrir las penas correspondientes hasta purificarse y poder entrar al cielo. A ocupara su sito que estaba vacante.
La tercera es la condenación eterna en el infierno, porque sus faltas fueron gravísimas y nunca quiso rectificar, ni quiso escuchar la Voz de Dios en su conciencia y murió impenitente.
Al final del tiempo habrá un juicio universal, donde ante todos quedarán patentes las acciones de cada persona. Al juicio acudirán las almas juzgadas particularmente ya unidas a sus cuerpos que resucitaron, pues para toda la eternidad cuerpo y alma unidos se ubicarán en el sitio que se ganaron: cielo o infierno. Esa es la vida eterna.
Lo mejor es rectificar y enderezar la vida antes de que se separen nuestro cuerpo y nuestra alma. Por eso se puede ayudar a los demás rezando para que cambien de vida, reconozcan sus pecados y rectifiquen poniendo remedio a los males cometidos.
Para ayudarnos, porque todos tenemos culpas es bueno rezar unos por otros. Y por las almas que pagan sus culpas en el purgatorio podemos hacer sufragios, esto es rezar u ofrecer sacrificios para que se les acorte el tiempo y salgan antes al cielo. La tradición señala que el más grande sufrimiento en la tierra es mucho menor que el sufrimiento más leve del purgatorio.
Pero acertamos al festejar a los difuntos porque morir es pasar a mejor vida…si reparamos nuestros pecados. Allí está el detalle.