Raúl Espinoza Aguilera
Anunciación.- En la Edad Media, por lo general, las mujeres no brillaban mucho porque les estaba prohibido actuar en muchos ámbitos de la sociedad, como el de la política, las ciencias, la cultura, el estudiar en las universidades, etc.
Hubo una mujer, Catalina de Siena, nacida en 1347, que rompió con esa tradición. Tenía el don de la palabra y facilidad para escribir con claridad y contundencia. No obstante que ingresó muy joven en la Tercera Orden de Santo Domingo, sobresaliendo por su espíritu de oración y penitencia, llevada por su amor a Dios trabajó incansablemente para influir en la opinión pública de su tiempo.
Se conservan alrededor de 400 cartas -extensas, en su mayoría- y un libro El Diálogo, fruto espiritual de su trato con el Señor. Eran los tiempos difíciles en que el Papa Gregorio XI había abandonado su sede, como obispo de Roma, y se había desterrado en Avignon, Francia. Naturalmente, la cristiandad sufrió considerablemente la ausencia del Sucesor de San Pedro porque necesitaba a un pastor más vigilante de su grey.
Después de escribirle muchas cartas al Papa, Catalina de Siena se trasladó hasta Avignon para pedirle al Santo Padre que regresara a Roma. Pero también dirigió sus misivas a innumerables obispos, sacerdotes y laicos que se habían apartado del buen camino. Los visitaba cordialmente y los exhortaba con amabilidad de tal manera que logró influir notablemente en numerosas personas de peso en la sociedad.
Se percataba que si el Papa luchara por ser, no sólo una buena persona, sino santa y muy pastoral, repercutiría de gran manera en la Iglesia. También estaba convencida que un obispo, si era fiel seguidor de Cristo, podía transformar una diócesis; lo mismo que un sacerdote en su parroquia, si era un santo varón, podría hacer un bien enorme en cientos de almas.
Y para lograr esa colosal labor, Catalina de Siena escribía, escribía y escribía… Y luego sacaba una cita con un obispo o párroco determinado y lo animaba, de un modo positivo y respetuoso, a que se corrigiera sobre ciertos errores prácticos y le abría nuevos horizontes en su labor de almas. Por ello, escribía: “Si muero, sepan que muero de amor apasionado por la Iglesia”.
Catalina de Siena era una mujer muy femenina, sensible, alegre, natural, pero a la vez enérgica y con una sorprendente fortaleza. Tuvo la valentía de decirles grandes verdades al Papa de su tiempo, a muchos obispos, religiosos, presbíteros y fieles laicos. Hablaba y escribía con mucha audacia y claridad, poniendo siempre su confianza en Dios.
Proclamó por todas partes la obediencia y amor al Romano Pontífice, de quien escribió: “Quien no obedezca al Cristo en la tierra (es decir, al Papa), el cual está en el lugar de Cristo en el Cielo, no participa del fruto de la Sangre del Hijo de Dios”.
Murió el 29 de abril de 1380. Fue canonizada por el Papa Pío II y el culto a Santa Catalina de Siena pronto se extendió por toda Europa. El ahora Beato Paulo VI la declaró Doctora de la Iglesia. Sin duda, es un gran ejemplo para todos los cristianos y, en forma particular, quienes laboran en los medios de comunicación e influyen en la opinión pública.