El amor es el acto por el cual la voluntad se identifica y se reúne con la alegría y bienestar del otro. La amistad auténtica es la que sabe compartir esta alegría, sin el más leve rastro de envidia.
Es amigo aquel que comparte los gozos y las penas. El amigo es el otro yo. Es decir, la felicidad y el dolor ajeno, pero hechos propios. Para ser dichoso, el hombre necesita de los otros. Hemos de ser amigos de todos.
Todas las formas de amor genuino son participación del amor de Dios (cfr Apc 3, 19-20). Por ello, amar al amigo es desearle que viva en el bien y en la verdad.
Debemos amar a los amigos como son, incluso con sus defectos. Si de verdad queremos al amigo, desearemos que l supere los defectos y desarrolle sus virtudes.
Es sintomático -de la verdadera amistad-, manifestarle esos defectos al amigo en una conversación cariñosa, sincera e íntima.
Es preciso que el amigo se decida a poner los medios –convenciéndose él mismo- de la necesidad de esa lucha por comprender al otro. Esto requiere paciencia, siendo exigentes y enfrentando al amigo con la realidad. La solución nunca está en la violencia.
El consejo dado para el bien del otro facilita la libertad: aporta nuevos elementos de juicio, que enriquecen las posibilidades de elección. Es el momento de comprender y estar al lado del amigo, para ayudarle a superar el obstáculo, y que elimine sus defectos –especialmente el dominante- y los transforme en virtudes.
Aunque en la amistad humana no se da una verdadera y completa intimidad (esta la tendremos solo con Dios), es en el amigo con quien se habla sinceramente y se piensa en voz alta.
No obstante, la amistad debe salvarse, aunque no se compartan las creencias: pero esta no pueden ignorarse. Si las ideas son opuestas, al menos el afecto debe unir la amistad, porque es mejor esto que nada.
La verdad existe, y hay que descubrirla: son los dogmas lo que es inmutable. Lo opinable, son verdades parciales. Los hechos admiten interpretaciones. Pero no puede cederse en los dogmas.
Lo que se pide es ser consecuente con lo propio y estar dispuesto a dejarlo si nos aparta de Dios.
Ayudar al amigo. Para ello es necesaria una actitud de olvido de sí mismo. El amor debe prevalecer y centrarse en la persona: “qué maravilla que existas”. El amor abarca a la persona entera y a todas las personas a las que hemos de amar como a nosotros mismos.