Un acontecimiento de importancia histórica que se ha desarrollado en los últimos años y principalmente en los últimos meses en gran parte de Occidente, es el fin de la cultura antipaternal y antimasculina de finales del siglo XX y, en su lugar, está apareciendo un auténtico retorno de la figura paterna.
El ataque a la figura paterna se materializó, en gran medida, cuando en los años setenta y ochenta se aprobaron las leyes de divorcio y aborto (con la exclusión total de los padres de esas dolorosas decisiones), y las subsiguientes medidas y sugerencias mediáticas y administrativas encaminadas a trasladar a la mujer del hogar a la empresa, sin respetar la dignidad y el papel de la mujer como madre.
Esta política también se lleva a cabo con una devaluación martilleante de los dos sexos naturales, femenino y masculino, y la promoción simultánea al estatus de identidad de cada pulsión sexual individual, desarrollada por el debilitamiento de la familia.
Hace 20 años en un libro que escribí (y fue reeditado varias veces: “El padre el inaceptable ausente”, de San Pablo ediciones, 2003) desarrollé cómo con la liberación de los divorcios (solicitados en dos de cada tres casos por mujeres) en las últimas décadas del siglo pasado millones de padres perdieron al mismo tiempo que a sus esposas, a hijos, casa y trabajo. Muchos padres separados se convirtieron en los mayores frecuentadores de los dormitorios públicos y acabaron en tragedia.
Pero muchos reaccionaron y sobrevivieron, y su presencia testimonia hoy la fuerza y la urgencia de un presente y un futuro que vuelva a proponer una familia adaptada a las necesidades de hoy y de mañana; precisamente al tener en cuenta los desastres humanos y sociales producidos por la lucha antifamiliar y antipaterna de las últimas décadas.
Como siempre ocurre en la historia de la humanidad, también en la crisis familiar que ocurrió en el cambio de milenio, fue precisamente la gravedad de los desastres y sus consecuencias lo que iluminó el camino. Durante la terrible crisis de los padres y de la familia occidental, los hijos del divorcio fueron los protagonistas de los gravísimos problemas y de patologías, tales como: abandono y desconcierto, pero también fueron los que señalaron la salida.
Observar las fisonomías de las distintas generaciones post divorcio ilustra bien el camino que va de la angustiada desbandada de finales de siglo a la posterior búsqueda, cada vez más cautelosa, de caminos existenciales viables y de recuperación del sentido profundo de la vida y de las relaciones y trayectorias humanas. Tras las decepciones y destrucciones de las diversas visiones materialistas, los hijos buscan la dignidad de la figura paterna y, tras ella, la del primer padre del que el padre es el signo terrenal: el Señor Dios.
No era la primera vez que la figura del padre era vaciada de sus funciones. En plena revolución francesa, en pocos días se aprobaron nuevas leyes a favor del divorcio, del aborto y contra la autoridad paterna. Al cabo de unos años, todas fueron abolidas por el primer Código Civil francés, y las anteriores se mantuvieron hasta los años 70/80, cuando volvieron a ser eliminadas por el último ataque a la familia, con las consecuencias que se han visto.
Sin embargo, hoy como ayer, el instinto de supervivencia del ser humano está llamado a prevalecer, como lo demuestran los numerosos y muy actuales signos.