Amar al mundo apasionadamente
Por: Socorro Eugenia Quijano Villanueva
Estas semanas le he dado vueltas a un artículo de José Ramón Villar, profesor Ordinario de Teología Sistemática, Facultad de Teología (Universidad de Navarra). (cfr. almudi.org) En él habla de la Secularidad cristiana: Mirar al mundo desde Dios. Hace muchas afirmaciones que a primera vista parecen fácil pero no resulta así cuando se intenta profundizar un poco en ellas.
En la famosa “Homilía del Campus” Amar al mundo apasionadamente, pronunciada por San Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei y de la Universidad de Navarra, en la Misa celebrada ahí el 8 de octubre de 1967, según nos dice Villar en su artículo, San Josemaría, habla a partir de la nueva criatura regenerada en Cristo mediante la fe y el bautismo, es decir, desde el don que procede de Dios, y no del mundo.
Explica Villar que: “la fe es un conocimiento sobre Dios, y el cristiano tiene algo que decir en la medida en que comunica algo sobre Dios. Si solo dijese algo sobre el hombre y el mundo, sin hablar de Dios, nada aportaría a la humanidad.” Por esto mismo me atrevo a intentar decir algo más sobre el papel del laico en el mundo. Presento aquí unos párrafos claves del citado artículo de Villar, para la comprensión de la secularidad cristiana.
“El hombre no llega a Dios ocupándose solo del mundo. El mundo adquiere sentido desde el encuentro con Dios en la fe de la Iglesia. Cuando se piensa que ya no se puede pedir al hombre moderno este encuentro con Dios y con su palabra, y en su lugar se remite solo a la tarea en el mundo, precisamente entonces no se descubre el significado salvador de la presencia de Dios en el mundo.” “…no es posible «encontrar a Dios en el mundo» sin a la vez «mirar hacia arriba»,…”
“San Josemaría, porque presupone todo ello, puede ofrecer entonces con tranquila confianza formulaciones incisivas con un significado radicalmente diferente de una mentalidad secularizadora. Sin riesgo de equívocos afirma la vida ordinaria como «verdadero lugar» de la existencia cristiana o propone nítidamente: «No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca»; o bien asegura que hay «un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir».
“Esta afirmación de la vida ordinaria como espacio de encuentro con el Señor nada tiene que ver con postergar el templo o la vida eclesial. San Josemaría quiere subrayar más bien el valor del mundo a la luz de la fe, y lo hace con toda intencionalidad teniendo en cuenta la escasa relevancia que durante siglos la praxis eclesiástica atribuyó a la vida ordinaria en la santificación cristiana. Justamente por eso quiere afirmar en un lenguaje comprensible el valor del mundo para la santidad cristiana. «En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria…»”
Dice el Concilio Vaticano II, “todo bautizado ha de contribuir, «a la restauración de todo el orden temporal»” y añade: «a los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales», se remite a las circunstancias que configuran la existencia de los laicos: «Viven en el siglo, es decir, en todas y cada una de las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida».
“Según el Concilio, esa realidad secular se transforma para los laicos en verdadera vocación divina: «Allí están llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo».
“La condición bautismal es, pues, lo sustantivo que define al laico; laico es el adjetivo que cualifica su existencia. Para los laicos, su posición humana en el interior de la dinámica secular cualifica su vocación cristiana y eclesial como laicos.”
“Lo exclusivo y propio de los laicos no es, pues, santificar el mundo −también lo hace el monje de otra forma desde su retiro orante−, sino el modo propio de llevarlo a cabo, es decir, desde su situación humana asumida como vocación cristiana. De esta forma los laicos hacen presente a la Iglesia en el mundo en virtud de su existencia cristiana vivida con autenticidad y, por eso, realizadora del Reino de Dios en la medida en que la Iglesia peregrina puede anticipar.”
Bibliografía:
Homilia de San Josemaría Escrivá de Balaguer publicada en Conversaciones con San Josemaría E. De B.
Concilio Vaticano II, Documento Lumen Gentium.
opusdei.org.
almudi.org