Enseñar a decir la verdad
Por: Raúl Espinoza Aguilera
El ser humano busca naturalmente la verdad. Está obligado a honrarla y atestiguarla. Los hombres no podrían vivir juntos si no se tuvieran confianza recíproca, si no manifestaran esa verdad.
Mentir es hablar u obrar contra la verdad para inducir a error.
Es necesario que los hijos se acostumbren a decir siempre la verdad con valentía y confianza.
Por otra parte, donde hay un ambiente de sinceridad se está a gusto y reina la alegría en el hogar.
A cierta edad, los niños comienzan a decir pequeñas mentiras. Hay que ayudarles a comprender que no es lo correcto; que hay que amar la verdad, por encima de todo y aunque cueste.
Hay que distinguir entre la virtud de la sinceridad y la “excesiva espontaneidad” en la que pueda resultar ofendido de palabra u obra un familiar o compañero de escuela.
Me parece conveniente hacerles saber a los hijos, que en cuanto cometan un acto del cual se avergüencen y no quisieran que nadie se enterara, hay que ir rápidamente a los padres a contárselos.
En este apartado los padres deben tomar en cuenta el esfuerzo que ha realizado el chico por ser sincero. Un ejemplo: -Papá, antier que fui a hacer las compras que me pediste y me entregaste un billete de quinientos pesos, pero me quedé con el vuelto. No te consulté nada y me lo gasté casi todo en dulces, refrescos, chocolates…
Una manera habitual de generar personalidades “dobles” o que caigan en la hipocresía, es infundir miedo a los hijos y ser muy severo en los regaños y castigos. Porque muchas veces se obtiene el efecto contrario y es fácil que mientan o finjan otra conducta por una miedosa y explicable timidez de no ser reprendidos.
Me parece que es más formativo, si el padre reacciona en forma serena. Por ejemplo: -No debiste de haber hecho eso porque sabes que ese dinero nos hace falta para los gastos de la casa. Pero te agradezco que hayas tenido la sinceridad de decírmelo…
De esta manera, al hijo le quedó claro que no actuó bien y, a la vez, queda la puerta abierta para acudir a su papá, con toda confianza, si comete otra falta.
En otros casos, es recomendable suavizar el castigo, cuando el hijo reconoce plenamente su falta, muestra arrepentimiento y disposición de corregirse.
Otros ejemplos para vivir la sinceridad en plenitud y ser amables con los demás en la convivencia cotidiana:
-Hablar confiadamente con los padres de sus preocupaciones;
-No mentir en los juegos, no hacer trampas;
-No acusar injustamente a los compañeros o hermanos;
-Evitar poner en ridículo a los demás;
-No colocar “apodos” al prójimo;
-Evitar todo tipo de gestos o actitudes hirientes;
-Aprender a pedir perdón, si se ha molestado a alguien, y buscar el modo de enmendarlo;
-No hablar mal de los hermanos o amigos;
-Admitir con sencillez un error o equivocación, sin pretender excusarse.
De esta manera, poco a poco, los hijos se van acostumbrando a agotar toda la verdad y a ser transparentes, sinceros, sencillos, amables. Eso contribuye positivamente en su formación como mejores personas.