El claro-obscuro de la verdad
Por: Ana Teresa López de Llergo
No es lo mismo decir la verdad que pedir que nos digan la verdad. Aunque esta afirmación es clara para todos, es importante distinguirla en nuestra conducta porque de cómo vivamos cada una de las dos afirmaciones dependerá la postura que asumamos ante los distintos problemas que percibamos en nuestra conducta y en la de los demás.
Para calificarnos de absolutamente veraces será necesario hacer un análisis de nuestras tendencias. Iremos de lo fácil a lo difícil. Me parece que no hay problema en que todos deseamos y ponemos todos los medios para que los demás nos digan la verdad. Para ello, mostramos actitudes comprensivas para facilitar al interlocutor la natural dificultad para relatar un suceso penoso.
La segunda respuesta nos involucra a cada uno y sabemos que dependiendo del hecho, de la gravedad de sus consecuencias y de la imagen que de nosotros vamos a proyectar, las dudas para decir tal cual sucedieron los hechos nos pueden hacer tomar una actitud defensiva que oculten los hechos, al menos parcialmente, y una verdad a medias puede ser peor que la mentira.
Por eso, el amor a la verdad debe estar antes de realizar algo, debe estar mientras lo realizamos y también después de realizarlo. Esto no resulta problemático cuando hacemos algo bueno. Por eso, en la toma de decisiones es muy importante que veamos que la verdad tiene un magnífico aliado en el bien. Esto es importante tenerlo en cuenta cuando elegimos un acto.
Las dificultades se presentan cuando separamos nuestra conducta del bien. Esto puede suceder porque nuestra toma de decisiones puede obscurecerse por algún problema en las relaciones sociales o por una franca injusticia que hayamos sufrido. Entonces la tristeza o el coraje que nos produce ese hecho nos lleva a actuar con afán de revancha, de la que nos avergonzaremos.
Entonces, la regla para actuar y vivir en la verdad consistirá en tener presente que siempre que hagamos algo pensemos que estamos frente a todos aquellos a los que les diremos lo que hicimos. De este modo también evitaremos la terrible inseguridad de quien oculta algo que tarde o temprano saldrá a la luz. Entonces no sólo queda la mala acción sino también la hipocresía.
La conclusión es que lo primero es la exigencia personal, después será a los demás. Así sí cambiaremos el mundo.