CADA UNO NECESITAMOS CONSTRUIR EL MEJOR MUNDO POSIBLE

3 diciembre, 2024

“El futuro no existe para ser adivinado, sino para ser hecho”. Nos interesa en la medida en que pueda contener nuestros objetivos presentes y construir el futuro. Esta verdad palmaria, a veces no es bien  entendida y se descuida el presente, el  hoy-ahora. Con las consecuencias funestas que ello lleva  consigo:   la ceguera ante la vida, la precipitación y el atolondramiento.

Muchos de los males que padecemos: droga, divorcio, pornografía, pérdida de los valores morales, consumismo, aumento de la brecha entre ricos y pobres, terrorismo, guerras, desempleo, etc., se deben, quizá, por no vivir bien el  presente y reaccionar tontamente ante lo que contraría.

Lincoln, dijo en una ocasión, que una de las cosas más difíciles para el hombre, consiste en lo qué tiene que hacer uno al momento siguiente. Y es cierto, a veces, resulta imposible. Pero no reside aquí el problema: sino en la carencia de unos objetivos concretos y excelentes, por los que valga la pena esforzarse. Es decir, objetivos que lleven a ser felices a las personas, tanto  al día de hoy como en el futuro.

¿Cuáles son nuestros objetivos? ¿Qué pretendemos?: forjar un mundo más humano, donde cada persona sea acogida con alegría, se le respeten sus derechos y se fomente su libertad. En todo esto coincidimos, y nadie sería capaz de contradecirlo. El asunto radica más bien en cómo y para qué.

No se trata de forjarnos una utopía, si no de ser realistas, sabiendo que es imposible encontrar la felicidad plena en esta vida, pero que si resulta posible una felicidad relativa.    Y que, al menos,  se pueden crear las condiciones para estar ya siendo felices y alegres. 

Pero no se trata de un estado, sino más bien de una actitud ante la vida, la que hace que seamos felices y contribuyamos a que también lo sean los demás.

Por ejemplo, la actitud positiva y responsable de los paterfamilias, contribuye poderosamente al bienestar social y a edificar el futuro en los mejores términos que puedan ser imaginados. En general, lo que podemos imaginar, lo podemos hacer.

La tasa de natalidad, indica el número de nacimientos por cada 1000 personas durante un año.

Con anterioridad a la Revolución Industrial (Inglaterra, siglo XVIII), las tasas de natalidad eran muy elevadas, superando el 40 por mil.  En nuestros días la tasa de natalidad media está en torno al 28 por 1000, pero las diferencias entre países son muy acusadas.

Así,  algunos países  mantienen tasas de natalidad parecidas a las sociedades anteriores a la revolución industrial, mientras que otros bajan claramente del 10 por mil, como, por ejemplo, sucede en  Alemania y España, lo cual es preocupante.

Este descenso es difícil detenerlo, aunque no imposible. Pues no sólo se explica por motivos económicos o sociales, sino también por una visión distorsionada del matrimonio y la familia y por una concepción egocéntrica y materialista de la vida.

Es preciso invertir esta tendencia en el descenso de los nacimientos. Podría ayudar, proporcionar ayuda económica a cada familia necesitada, pero sobre todo se hace imperativo una revalorización de la tarea educativa de los paterfamilias y del concepto monogámico del matrimonio y de apertura a la vida.

Todos sabemos que  la única verdad es la realidad. Por eso es  preciso quitarse los miedos y optar por la confianza en Dios, con la idea muy realista de que cada persona, recién concebida, ya  trae  un pan debajo del brazo y tiene una misión concreta e intransferible para  aportar y hacer el bien en la vida.

No es que seamos muchos, si investigamos nos daremos cuenta que somos más bien pocos los vivimos en el mundo. Lo que pasa es que nos hace falta formarnos en las virtudes y en los valores. Es necesario  tomar la vida como algo sumamente bueno y valioso, y que ya –ahora-  si queremos  nos hace felices.