NECESITAMOS UN AUTÉNTICO LÍDER
Un líder auténtico no duda en apoyarse en hombres más capaces que él y confía en ellos, pero antes les pide lealtad, lealtad y más lealtad. Esta lealtad se demuestra especialmente en los momentos adversos. El líder se esfuerza en llegar siempre a una concepción personal de las situaciones, habiendo acudido a su propia experiencia y a los datos acumulados por los expertos.
El líder actúa con la mayor objetividad, y se cuida bien de no forjarse una imagen definitiva de las situaciones, como de un peligro que podría comprometer sus decisiones posteriores, que le llevarían a la indiferencia moral y a la dependencia inútil. Cuando descubre algo, o se le ocurre alguna idea, da cuenta de sus perplejidades o dudas a los que deban trabajar con él, así como de sus conclusiones –una vez que haya escuchado a los expertos-.
Es flexible: ajusta su comportamiento a las circunstancias concretas de cada persona o situación: busca información de muchas fuentes; revisa sus actitudes; decide distinguiendo con claridad lo que es importante de modo permanente, de lo que es importante pero transitorio.
Es profundamente comunicativo y no tiene miedo a descubrir que los demás opinen diferente que él; aprecia la pluralidad de opiniones como aportaciones que pueden arrojar más luz sobre algún problema, y asume las decisiones, no por quién lo ha dicho sino tomando en cuenta lo que está bien, según su conciencia, porque es lo que conviene.
Sabe rectificar y aprende de sus errores. Tiene un claro conocimiento de que existe un orden –que le proporciona una visión amplia y segura del mundo- y al cual él debe ajustarse: la religión y la moral, que le indican los límites y los cauces de su quehacer político, sin más señalización que el respeto y el fomento de los derechos humanos.
Es fundamental que adquiera los conocimientos para realizar con justicia su gestión, mediante el estudio detallado de la ley y el ordenamiento naturales del hombre y de las cosas. Por ejemplo, si es católico debe conocer bien la fe y la moral de Cristo y la doctrina social del Magisterio de la Iglesia.
Tal parece que México económicamente va saliendo adelante. La recesión que más nos afecta, está en otros aspectos de la vida, como el moral y la falta de valores en la familia, célula de la sociedad.
Las situaciones se han tornado extremas, y el virus de la violencia, inseguridad, narcotráfico, divorcio, intercambismo sexual, la brecha entre ricos y pobres, la pornografía, la mayor crisis de seguridad que haya padecido México en tiempos de paz… La corrupción, en una palabra.
Todo ello parece haberse metido en el seno de la sociedad, como el polvo y el aire que se mete por todas partes. Los problemas se amontonan de modo que parecen formar un nudo gordiano, que, según se dice, todavía no aparece por ahí quien lo desate. Cosa que no creemos.
Al actual Presidente sinceramente le deseamos mucho éxito.