CARACTERÍSTICAS DESEABLES DEL FUTURO PRESIDENTE
Autor: Gabriel Martínez Navarrete
La vida tiene sorpresas que hacen reflexionar. Del presente régimen, que no es malo, habrá que pasar a uno mucho mejor. En el cual se acentúen los aciertos y se corrijan los errores. Ya no podemos ser tratados como niños, sino como adultos que exponen sus necesidades y son escuchados por el gobernante en turno.
El próximo Presidente, sea quien sea, necesitará poseer –entre otras- una cualidad excelentísima: saber-dejarse-decir-las cosas; condición imprescindible para dar continuidad a lo positivo del presente régimen y eliminar lo que no va. Saber escuchar es imprescindible para el próximo presidente. Si pensamos que tenemos la razón en todo por el hecho de ser presidente, nos equivocamos, y en vez de construir, destruimos.
En la vida política, el que es llamado a asumir una responsabilidad pública, es a menudo lanzado a la acción sin que las circunstancias le permitan una larga experiencia y preparación completa. Esto resulta así en la medida que los puestos ocupados son de poca importancia.
Conforme crece la responsabilidad y dependencia de un cargo, quien esté al frente del mismo necesitará características que no pueden improvisarse. No hablamos ahora de si se es mejor como político-administrador, o político-ideólogo o uno que posea un gran carisma para atraer hacia sí las masas. Nos referimos a la cualidad por la cual un líder es auténtico, es decir: prudente, porque pone los medios.
La historia refiere casos de pseudolíderes que han iniciado su gestión en circunstancias bastante adversas para alcanzar el ideal social que se proponía, , y resulta que al término de su mandato han dejado a su país en peores condiciones de cómo lo encontraron. Aplicaron remedios peores que la enfermedad. Si tomaron las riendas de una nación cuando padecía fiebre, luego la entregan con cáncer. Baste pensar en la Alemania de Hitler. Esperemos que no sea el caso del presidente actual, porque aún muchos dudan de él.
Quizá la primera cualidad del líder consista en un apasionado amor por la verdad, como requisito para entender de qué problema se trata y entonces estar en condiciones de resolver el cómo. Sería un desorden tratar de solucionar un problema, sin antes preguntarse: ¿qué es? ¿de qué se trata? La adecuada respuesta a esta cuestión arroja suficiente luz para elegir los medios con acierto.
Afrontar la realidad es tal vez el primer rasgo de valentía que exigimos de un líder. Saber manejar esa realidad de acuerdo al interés del bien común, es otra característica no menos importante que la anterior. La huida o falseamiento de situaciones, y el miedo a saber que uno pudo permanecer equivocado durante algún tiempo pueden incapacitar –si no se reacciona- para pedir consejo. La arrogancia, la jactancia, el orgullo, la soberbia y la vanidad, si no se combaten, pueden anular al líder, corrompiendo su juicio moral.
Un líder auténtico no duda en apoyarse en hombres más capaces que él y confía en ellos, y se esfuerza en llegar siempre a una concepción personal, habiendo recurrido a los datos acumulados por los expertos. Actúa con la mayor objetividad, y se cuida bien de no forjarse una imagen definitiva de las situaciones, como de un peligro que podría comprometer sus decisiones posteriores, que le llevarían a la pasividad y a la dependencia inútil.
Cuando descubre algo, o se le ocurre alguna idea da cuenta inmediatamente de sus perplejidades o dudas a los que deban trabajar con él, así como de las conclusiones, una vez que haya escuchado a los expertos.
Es flexible: ajusta su comportamiento a las circunstancias concretas de cada persona o situación: busca información de muchas fuentes; revisa sus actitudes; decide distinguiendo con claridad lo que es importante de modo permanente, de lo que es importante, pero transitorio.
Es profundamente comunicativo y no tiene miedo a descubrir que los demás opinen diferente que él; aprecia la pluralidad de opiniones como aportaciones que pueden arrojar más luz y asume una decisión, tomando en cuenta lo que está bien, no por quien lo haya dicho.
Sabe rectificar y aprende de sus errores; tiene clara conciencia de que existe un orden –que le da una visión amplia del mundo- y al cual debe ajustarse: la religión y la moral, que le indican los límites y los cauces de su quehacer político, sin más señalización que el respeto y el fomento de los derechos humanos.
Es fundamental que el líder adquiera los conocimientos para realizar con justicia su gestión, mediante el estudio detallado de la ley y el ordenamiento naturales del hombre y de las cosas. Si es cristiano debe conocer bien la fe y la moral de Cristo y la doctrina social del Magisterio de la Iglesia.
Un gobernante necesita de una memoria fiel que le lleve a recordar las cosas y los acontecimientos reales, tal como son y sucedieron. Lo que implica, la asimilación no sólo de la propia experiencia, sino también una valoración justa, objetiva, de la realidad pasada y del presente. El falseamiento de esto, por intereses subjetivos e injustos, pervierte la prudencia, piedra de toque de quien aspire a gobernar.
Por ejemplo, si un líder afirmase que son insignificantes los efectos psicológicos en los niños con familias rotas; todos le diríamos que no, porque tenemos la experiencia de que no es así. Si alguien afirmase que la 2da guerra mundial benefició a la humanidad: le desmentiríamos con abundancia de argumentos. Un líder con memoria fiel, sopesa y da el valor real a los acontecimientos pasados. Posee una experiencia objetiva y profunda.
No basta que el candidato conozca el pasado de México y esté compenetrado con la situación actual del país; su mente tiene que ser capaz de captar muy bien el momento presente con el ideal social al que quiere llevar la nación. Debe saber construir el futuro –no en base a conceptos científicos, ni a unas “recetas”-, sino por su agudeza de mente habiendo tomado en cuenta el bien común de los ciudadanos y la situación concreta.
El excesivo aprecio de sí o jactancia, pervierte el juicio, y provoca que las decisiones sean subjetivas, precipitadas e ineficaces. Peligro que se contrarresta con una docilidad activa y una disposición de buscar sinceramente la verdad.
Estas características son las que debería tener un candidato con hombría de bien. El que impere y consiga que las decisiones se lleven a la práctica, depende mucho del equipo de trabajo con el que se sepa rodearse.