CRECER EN SINCERIDAD NO TIENE LÍMITES

16 noviembre, 2021

Autor: Gabriel Martínez Navarrete

La sinceridad de vida se identifica con la veracidad, virtud por la que el hombre se manifiesta en palabras y hechos tal como es interiormente, según lo exigen las relaciones humanas (Santo Tomás).

Las palabras y las acciones necesitan ser conformes a la realidad que expresan. Esta afirmación nadie la niega. Es necesario, para la convivencia humana dar mutuo crédito a las palabras y creer que nos dicen la verdad. La sinceridad, es, pues, como la principal cualidad de la conciencia.

“Es sincero el hombre que, conociendo su condición, sus cualidades y defectos, los reconoce en su verdadera entidad y se comporta consecuentemente: cualidades recibidas, limitaciones de la condición humana y miseria propia procedente del pecado original y de los pecados personales; reconocimiento que no desconoce tampoco la gracia recibida de Dios” (Francisco Fernández Carbajal).

“Sea, pues, vuestro modo de hablar: sí, sí, o no, no, que lo que pasa de esto, de mal principio proviene (Mt 5, 37). Esta sinceridad es particularmente necesaria para manifestar le verdad de la fe, ante los demás hombres, con hechos o con palabras; hasta el martirio.

Sólo en un mundo de hombres sinceros es posible la unión y la confianza. Aquel que no es sincero, pierde el cielo de la felicidad. Hemos de ser sinceros en lo que hacemos pensamos y decimos y seremos felices.

Para juzgar rectamente de la moralidad de nuestras acciones no basta tener doctrina, es necesaria aplicarla rectamente a las circunstancias particulares. Someterse a Dios, reconocer que dependemos de Él y las exigencias que esto comporta. Reconocer que se ha obrado mal y rectificar.

En la educación y formación de los jóvenes, la sinceridad debe ocupar un lugar importante, a través de una acción constante de claridad y objetividad de los padres y de los educadores.

Encontrarse personalmente con Dios en actitud de plena sinceridad, lograr la plena sinceridad con Él es de gran utilidad, para buscar no sólo el perdón sino la fortaleza y luces nuevas para progresar en la virtud.

Objetividad con uno mismo. Evitar el disimulo de la propia flaqueza, y tratar de conocerse uno mismo, evitando la ignorancia de sí. Es necesaria una actitud de auténtica humildad, periódico examen de conciencia. Contrición. Penitencia.

De modo que tengan siempre la aspiración a la sinceridad de vida, que ha de cimentarse en la gracia divina, como guía segura e infalible para conocer la voluntad de Dios.