LÍDER O TODO LO CONTRARIO
Cuando un ser humano nace y es deseado por sus padres, lo natural es que al verlo por primera vez aumenten los bellos sentimientos con los que lo esperaban. En primer lugar, lo querían sano, y que el parto se llevará a cabo sin complicaciones, que reaccionara bien a los primeros estímulos y que heredara lo mejor de sus progenitores
Muchas expectativas llenaron las conversaciones de los parientes y amigos. En la espera predominan los buenos deseos, las ilusiones y sobre todo sueños hermosos pero desfasados de la realidad. Al tenerlo en los brazos los sueños se desdibujan y necesariamente se impone la realidad: la criatura es totalmente indefensa y vulnerable, necesita todo.
El día a día fortalece a mamá y a papá, se dan cuenta de lo importantes que son, sin ellos el bebé no se alimenta, no está limpio, no se desarrolla adecuadamente, pues, aunque al principio no se note, ese bebé va adquiriendo paz y seguridad porque siempre alguien le atiende ante sus balbuceos y llantos incomprensibles. Están poniendo las bases para forjar la seguridad.
Pero cuando llega el tiempo de ir a la escuela, los padres responsables piensan que su influencia educadora se reduce a elegir una con fama a dónde van los hijos de las familias conocidas, que es bilingüe, con buenas instalaciones y reconocimiento internacional. Pero el papel primordial nunca lo pierden los padres, y por eso, jamás está bien delegarlo.
Este es el tiempo de dialogar mucho con los niños para descubrir los problemas a los que se enfrentan. Siempre hay compañeros que no están bien informados, o adoptan conductas inconvenientes. Es importantísimo crear la confianza para que los hijos comenten todo, y así acompañarlos para que no adopten esos modos y a la vez que sean propositivos y enseñen otras.
Estas oportunidades llevadas de ese modo forjan el liderazgo en los niños y más adelante en los adolescentes. Nunca cortar ese diálogo, tampoco escandalizarse de los hechos, y siempre dar argumentos y aconsejar conductas que influyan en los demás. Animarlos cuando no tienen éxito, felicitarlos ante los logros, comprenderlos cuando se desanimen. Pero nunca abandonarlos.