Claves del pensamiento de Ratzinger

Jorge E. Traslosheros
jtraslos@revistavidanueva.mx

Otto Granados, académico a quien respeto y quien no comparte mi credo religioso, hizo sabia invitación en el periódico La Razón para emprender un diálogo con Benedicto XVI. El objetivo sería dialogar sobre una serie de problemas que nos atañen como sociedad y con independencia de nuestro credo como, por ejemplo, el papel de la fe y la religión en nuestra sociedad. Sería más que deseable que la actitud de mi buen amigo fuera emulada por católicos y no católicos. Por mi parte, continúo con el esfuerzo que venía realizando al tiempo que me sumo al convite desde mi gozo de ser católico, lo que me ha llevado a intentar seguir el paso de Joseph Ratzinger, no sin dificultades debo confesar.

Es claro que de Benedicto XVI se habla mucho y se conoce poco. Repetir lugares comunes nunca ha sido buen método de conocimiento. Se le acusa, sin fundamento, de nazi, pederasta, reaccionario, conservador, inquisidor, represor y otras linduras. Incluso se le atribuye ser enemigo de la razón, sin reparar en que se ha convertido en el mejor abogado de nuestra racionalidad, en esta época donde la confianza en la razón se ha desvanecido. Un buen comienzo para abrir el diálogo es conocerle, así sea en trazos impresionistas y con la humildad que el propósito requiere.

Ratzinger es portador de un humanismo cristiano radical que se inserta en la gran revolución teológica del siglo XIX y XX, que marcó el Vaticano II y que se ha consolidado como la propuesta más fructífera para la Iglesia. Es la teología centrada en la persona.

Me parece que, la línea de reflexión que articula el pensamiento de este teólogo, pastor, prefecto y Papa es la centralidad que otorga a la persona de Cristo, lo que pone de manera natural en diálogo la fe y la razón, porque Cristo es El Logos. La revelación de Dios en Jesús de Nazaret es accesible a nuestra razón y es profundamente razonable como camino para alcanzar nuestra plenitud humana.  Sobre esta base, llamo la atención sobre cuatro líneas de su pensamiento y acción: la renovación de la liturgia, de la teología, de la disciplina y la apretura al diálogo sin excepciones.

La persona se expresa en su relación consigo y con los demás. Es dialógica por naturaleza. Del modo en que articule este diálogo-relación depende su propuesta vital. Cuanto más se acerque al utilitarismo, menos humanas y más enajenadas y cosificadas serán sus relaciones. Así, la teología y la liturgia se renuevan en nuestra relación con el Dios revelado en Jesús, generando un compromiso en la caridad con nuestro prójimo. Las normas que dan cuerpo a la reforma disciplinaria deben ser producto de esta relación amorosa con Dios y con el prójimo, como deben serlo las acciones pastorales de cualquier tipo. Por lo mismo, a nadie debe extrañar que Ratzinger sea un Papa-teólogo que fustigue con dureza el moralismo (puritanismo) dentro y fuera de la Iglesia, pues se desprecia al ser humano y a Dios en función de la rigidez de un código ético, cualquiera que éste sea.

La centralidad de Jesús cobra vida en un modo de ser Iglesia que está en el corazón del Vaticano II. Implica una espiral ascendente que parte de afirmar con gozo nuestra fe, para celebrarla en la liturgia y en la religiosidad cotidiana y actuar en el mundo para hacerlo más humano y justo.

Sobre la base de este humanismo cristiano, Ratzinger ha librado numerosas batallas intelectuales y pastorales contra cualquier forma de totalitarismo, incluida la dictadura del relativismo, porque hacen de la persona un comodín de antojos narcisistas, lastimando nuestra dignidad.