Nueva Evangelización: provocación que nace del silencio y la comunión

Jorge E. Traslosheros
Arrieros Somos

Uno de los tópicos que marca el camino de Joseph Ratzinger como teólogo, pastor, prefecto y Papa, es la necesidad de asumir los enormes retos que el mundo actual presenta a la transmisión de la fe. Una preocupación que, pastoralmente, él ha identificado como la Nueva Evangelización.

Los católicos, desde finales del siglo XIX, hemos sentido la urgencia de renovar la transmisión de la fe. Un desafío pastoral que guió al Concilio Vaticano II, generando grandes debates y no pocos experimentos. Cinco son las principales propuestas que han dominado así las discusiones, como los ensayos pastorales: para unos, se resuelve con estrategias de comunicación; para otros, con eficacia en la gestión eclesial; algunos piensan que la clave está en resistir y combatir al mundo; otros más consideran que es menester asimilarse a las exigencias de la posmodernidad. Joseph Ratzinger es parte de la tradición de pensadores que han cuestionado fuertemente estos cuatro caminos pues ninguno apunta al núcleo del problema. Hoy, el reto de transmitir la fe involucra nuestro modo de ser cristianos, de ser Iglesia en el mundo. Un reto que empieza, antes que nada, en el corazón de cada uno.

Esta Nueva Evangelización es una provocación que nace del silencio y la comunión.  No es en primer término un programa de acción, ni depende de una serie de transformaciones estructurales en la Iglesia, como tampoco del manejo eficiente de los medios de comunicación. Mucho menos, de diluir la fe para ser “más modernos”.

Evangelizar es anunciar la Palabra de Dios que se ha hecho carne de nuestra carne en Jesucristo.  Es comunicar la Palabra que se pronuncia desde el silencio. En la intimidad con Dios nace la acción contemplativa y la necesidad de comunicar la experiencia del amor de Dios. Para nosotros, cristianos, ésta no se dirige a un principio abstracto, tampoco a la consecución de un estado anímico, sino a la búsqueda del rostro de Jesús de Nazaret y, en él, de la obra del amor de Dios en la creación y en nuestros semejantes.

La gran paradoja cristiana debe guiar esta Nueva Evangelización: del silencio nace la Palabra. Visto con detenimiento, el Papa nos propone regresar al fundamento de la fe vivida en la cotidiana experiencia de Dios. Los católicos le llamamos contemplación eucarística y, en México, el pueblo le nombra “visita al Santísimo”. La paz de los templos católicos, tan buscada por creyentes y no creyentes, da testimonio de lo aquí afirmado. André Frossard, aquel joven comunista francés convertido al catolicismo después de entrar a un templo sólo para descansar, ha dejado escritas páginas conmovedoras de esta experiencia de Dios en la contemplación, la misma que sostuvo al Cardenal Newman en sus momento más difíciles, que no fueron pocos.

La Nueva Evangelización es un encuentro. Ya lo dijo Benedicto XVI en su encíclica “Deus Caritas Est”. No se empieza a ser cristiano por la adhesión a unas buenas ideas, un programa político o la simpatía por un código ético. Todo es secundario al acontecimiento fundante de la fe: el encuentro con Jesús de Nazaret que nos transforma y del cual nace una forma diferente de ser en el mundo, capaz de dar testimonio del Dios vivo.

La Nueva Evangelización es un modo de ser cristiano que el Papa ha plasmado en cinco trazos impresionistas para dibujar un horizontes, no un cuarto cerrado. Es una renovada vivencia de catolicidad, de la universalidad de la Iglesia que une en Cristo a la diversidad humana, afirmando cada particularidad por su propio valor. Es la capacidad de ofrecer con alegría nuestra vida, no por temor al castigo o la espera de un premio, sino por amor al prójimo porque Dios nos ha amado primero. Es el gusto de adorar a Dios, contemplarlo, reconocer su presencia y su amistad sin condiciones en la Eucaristía, de lo cual nadie está impedido bajo ninguna circunstancia. Es reconocernos débiles, responsables de nuestros actos, necesitados de la Gracia de Dios en el sacramento de la reconciliación, ese silencio amoroso en el cual Jesús nos mira a los ojos y restituye nuestra dignidad, como a Magdalena. Es el gozo, la alegría serena y profunda de ser cristianos por la certeza de ser amados por Dios.

Desde el silencio contemplativo, por el encuentro con Jesús, la vivencia de sus sacramentos, en la comunión de los bautizados, la Iglesia puede abrir sus puertas al peregrino e invitar al diálogo a hombres y mujeres de buena voluntad, para buscar a  Dios y dejarse encontrar por Él. En el encuentro con Dios y los hermanos, por la experiencia de la caridad en la fe y la esperanza, es posible avanzar en pos de sociedades que, en su expansiva diversidad, reconozcan la dignidad inalienable del ser humano para la construcción de la justicia y la paz. La Nueva Evangelización no es un programa, es un encuentro. Visto con calma, siempre lo ha sido; pero lo habíamos olvidado. Éste es el anuncio de Benedicto XVI, el Papa que visitará México.