El Opus Dei: “¿Las fiestas y las diversiones se pueden ofrecer a Dios?


Raúl Espinoza Aguilera

Blog: www.raulespinozamx.blogspot.com

En el verano de 1978 estaban por cumplirse los 50 años de la fundación del Opus Dei, que tuvo lugar en Madrid, el 2 de octubre de 1928,  por San Josemaría Escrivá de Balaguer.
Como Director de la Oficina de Información del Opus Dei en México, acudí a varios escritores y periodistas de renombre para que comentaran en diversos medios de comunicación ese suceso importante en la vida de la Iglesia.
Recuerdo que recientemente había sido elegido Su Santidad Juan Pablo I como sucesor del Papa Paulo VI.
No dudé en buscar a Don Rubén Marín, un afamado médico y literato, autor de la excelente novela: “Los Otros Días. Apuntes de un Médico Rural”, “Con el Hueco en el Pecho” y algunos otros magníficos libros de cuentos. Además solía colaborar periódicamente para algunas revistas y un periódico de circulación nacional.
Cuando le llamé por teléfono, me invitó amablemente a charlar en su casa. Era un hombre de unos 70 años, un poco calvo, con abundantes canas y una sonrisa afable. Me pasó a su despacho y recuerdo que tenía una enorme cantidad de obras en su librero. Se notaba que era el estudio de un intelectual.
Le expliqué el motivo de mi visita. Y le dejé abundante bibliografía sobre el Opus Dei y un “dossier” de publicaciones periodísticas nacionales e internacionales. De entrada me dijo que  le gustaba la idea de publicar un artículo sobre esta institución de la Iglesia, pero me pidió que le diera una semana para leer con calma todo el abundante material que le había llevado.
Ocho días después, nos entrevistamos de nuevo. Me dí cuenta que tenía una gran capacidad para leer con rapidez, así como de enterarse y captar a fondo  los temas. Su inteligencia era aguda, perspicaz y de temperamento vehemente y apasionado.
Me comentó que le había encantado el artículo de Juan Pablo I, “Buscando a Dios en el trabajo cotidiano” (“Il Gazzetino”, 25-VII-78)  cuando todavía era el Cardenal Albino Luciani, de Venecia y releyó un párrafo que resumía la espiritualidad de esta Obra de Dios: “Escrivá de Balaguer, con el Evangelio ha dicho continuamente: Cristo no quiere de nosotros sólo un poco de bondad, sino toda la bondad. Quiere, sin embargo, que la alcancemos, no por medio de acciones extraordinarias, sino más bien con acciones comunes: lo que no debe ser común es el modo de realizar la acción. Allí ‘nel bel mezzo della strada’ [en medio de la calle], en la oficina, en la fábrica, uno se hace santo, a condición de que cumpla el propio deber con competencia, por amor a Dios y con alegría, de modo que el trabajo cotidiano se convierta no en ‘la tragedia cotidiana’ sino en ‘la sonrisa cotidiana’ “.
Con su conversación ágil y amena, este escritor me comentó que había repasado los documentos del Concilio Vaticano II, en especial la “Lumen Gentium” [“Luz de las Gentes”] y “Apostolicam Actuositatem [“La Acción Apostólica”] en los que los Padres Conciliaren enfatizan que todo fiel cristiano, por el sólo hecho de estar bautizado, está llamado a la santidad en medio de sus quehaceres ordinarios para recristianizar todos los trabajos y ocupaciones y a realizar una intensa labor de apostolado en su familia, con sus amigos, colegas de trabajo y en medio de cualquier circunstancia que la vida misma va presentando.
Luego ocurrió una escena que me divirtió particularmente. Con la mirada pícara e inquisitiva, se me quedó viendo fijamente y me comentó: -Usted me ha dicho que los miembros del Opus Dei no son  religiosos ni misioneros ni se apartan del mundo, sino que la gran mayoría son casados, tienen hijos, y en su hogar y en el trabajo encuentran su camino de santificación, pero quiero saber una cosa. Y a continuación hizo una larga pausa.
De momento me quedé pensando que me iba a hacer una  pregunta acerca de la situación jurídica de la Obra o sobre un profundo aspecto específico de su espiritualidad. Pero no fue así. Para mi sorpresa, me preguntó:
-Y las fiestas y los bailes, ¿los miembros casados de la Obra los pueden santificar? ¿O lo ven como algo malo?
-¡En absoluto! –le respondí de inmediato. Ellos saben muy bien que son una ocasión estupenda para recristianizar las diversiones sanas y familiares; de santificar esas relaciones sociales. Es más, son una oportunidad de conocer nuevos amigos y de realizar apostolado; justamente allí, en medio de un baile, conversando y departiendo las bebidas y  alimentos. También son una buena ocasión para que den testimonio de sobriedad y templanza en el comer y en el beber.
Y añadí:
-En el Opus Dei hay profesoras de baile y de danza. Es más, tengo un amigo casado del Opus Dei, que se llama Pancho, que es un superdotado para esto. Puede bailar  tap-tap,  charleston,  tango,  danzón,  mambo, los más variados ritmos tropicales, el rock and roll… En definitiva, ¡la música que le pongan! Y, por si fuera poco, su esposa –también de la Obra- baila con tanta facilidad y gracia como él. Así que hacen una pareja sensacional que anima mucho las fiestas. Y los dos ofrecen a Dios ese rato de diversión, es decir, santifican la alegría de bailar, ¿si me explico?
-¡Caramba! -me comentó. Esto que me dice me abre todo un nuevo horizonte de hasta donde puede llegar la positiva influencia de los fieles cristianos en su entorno y que Dios puede estar perfectamente metido  en medio de toda esa sana algarabía, ¡qué maravilla! Ustedes sí que se toman en serio eso de “la sonrisa cotidiana” que menciona Juan Pablo I en su artículo.
Luego, añadió con sencillez y  humildad: -¿Me das permiso de incluir este interesante aspecto en el artículo que voy a escribir sobre el Opus Dei?
-¡Por supuesto! –le contesté. Y de antemano le agradezco su excelente disposición para hacer eco de este importante aniversario.-añadí.  Nos despedimos cordialmente. Días después, Don Rubén Marín publicó en el periódico un ameno y divertido artículo sobre el Opus De que aún conservo con aprecio, agradecimiento y cariño hacia este gran escritor y médico mexicano.
Estos recuerdos vienen a propósito de que el próximo 6 de octubre, se cumple el décimo aniversario de la canonización del Fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá de Balaguer, por el Beato Juan Pablo II, en la Plaza de San Pedro en Roma.
Me viene vivamente a la memoria, en la misma línea de la pregunta que me hizo el escritor  Rubén Marín, que cuando  conocí a este santo de nuestro tiempo, en una animada tertulia junto con un numeroso grupo de universitarios de diversos países, en la Semana Santa de 1974, lo que más me llamó la atención de su personalidad fue su gran alegría y jovialidad.
-¿Saben por qué siempre estoy tan contento? –nos preguntó de pronto a los asistentes.
-¡Porque vivo profundamente enamorado de Dios! Tengo 72 años, pero para los que aman, jamás se envejece.
Y añadió con buen humor:
-Veo que algunos trajeron sus guitarras, ¿por qué no le cantamos unas canciones a la Virgen María, que nos preside en esta aula? Porque ya saben que cuando cantamos melodías de amor humano, con letras limpias, son una estupenda ocasión de entonarlas también para el Señor y su Madre bendita y así, desde el fondo de nuestro corazón, conversamos con ellos en este rato tan grato de esparcimiento. ¡Vengan, pues, las canciones!