Anunciación.- Decía Ignacio Manuel Altamirano que la base del carácter del mexicano es la incredulidad hasta que, de sorpresa, van disipándose las dudas. Mientras escribió sus artículos en el periódico El Renacimiento, Altamirano denunció constantemente este tipo de comportamiento. Pintó de cuerpo entero a cierto personaje que montaba el ferrocarril de Tlalpan únicamente porque el tren en cuestión era propenso a los accidentes, luego habló de algunos expedicionistas que, advertidos de la inestabilidad y desprendimiento de las rocas en las Grutas de Cacahuamilpa, se ponían a dar de balazos en la cueva pero “si alguno de los atrevidos hubiera sido aplastado por un trozo de estalactita, no habrían dejado de sorprenderse”, ironiza el cronista. También expuso que, a pesar de que él mismo alertaba a los viajeros sobre los riesgos de comer frutas exóticas en las costas mexicanas, los empachados comelones terminaban por culpar al clima.

Escribo esto mientras el gobierno mexicano anuncia el Plan de Reconstrucción Nacional que se ha puesto en marcha tras las tragedias que llegaron con las tormentas Ingrid y Manuel. Frente a los cientos de muertes, los desaparecidos, los poblados devastados y la crisis humanitaria, el llamado del presidente fue el siguiente: “Es importante reiterar que el gobierno de la República no apoyará ni subsidiará ninguna vivienda que se encuentre dentro de zonas de alto riesgo”. Con todo, la historia y el carácter del mexicano del que habla Altamirano me hace dudar ligeramente de lo dicho por el ejecutivo.

Entre las noticias sobre la emergencia por las lluvias aparecieron publicadas otras fotografías de otras contingencias. Son unas imágenes de Pablo López Luz, quien desde una avioneta superligera recorre los valles capturando la costra de las ciudades. A muchos nos han llamado fuertemente la atención algunas imágenes de la ciudad de México. En ellas se advierte un paisaje inabarcable de casas y calles tan infinitas como anónimas, absoluto gris urbano sobre colinas asfixiadas, son imágenes que cautivan y repugnan, que hablan de un paraje hermoso y desolado, fecundo y estéril; se nota una urbe que nace y crece en el accidente y que se mantiene en frágil tensión, intentando no volver a su origen. En ocasiones parece que la vida en esta ciudad, como en muchas otras del país, está sujeta a la contingencia. Nada nuevo dice quien afirma que hace falta previsión.

Cuando gran parte de Haití fue destruida por el terremoto del 2010, el presidente de la Cáritas haitiana, el obispo Pierre Dumas, me dijo que él no era “partidario de la ‘reconstrucción’ sino del ‘renacimiento histórico’ de Haití”. Y estuve de acuerdo con él, no valía la pena volver a montar la misma vacilación.

Nuestra desgracia con los huracanes parece tan cíclica como el mismo temporal; las vidas que se llevaron Ingrid y Manuel resuenan en las muertes que trajeron Gilberto, Stan, Paulina, Dean o Wilma. Por ello creo que en estos momentos muy poco significa la reconstrucción, si persiste la corrupción, la indolencia o la ignorancia. No está mal lo dicho por Peña Nieto, lo malo es que tenga que decirlo.

Frente a la adversidad no se reinstaura la precariedad; y creo que el renacimiento de una mejor sociedad no es un sentimiento utópico, se hace visible en la generosidad de la gente, en la solidaridad de los voluntarios, en el sacrificio por el prójimo. Hoy, frente a quienes insisten en ver con incredulidad un horizonte de esperanza, esta caridad es la sorpresa necesaria para ir disipando sus dudas.

Felipe de J. Monroy / Director Vida Nueva México
@monroyfelipe