Anunciación.- El Papa Francisco presidió la celebración penitencial con el rito de la reconciliación: la confesión y absolución individual, en la basílica de San Pedro junto a una multitud de fieles y peregrinos allí presentes.

En un ambiente de recogimiento y reflexión, tras escuchar las lecturas asignadas, el Santo Padre se dirigió a uno de los confesionarios para recibir el sacramento de la reconciliación, dando así testimonio propio del valor de la confesión.

En este tiempo de cuaresma, el sucesor de Pedro ha insistido en varias ocasiones sobre la importancia de la confesión como renovación espiritual para fortalecer nuestra fe y seguir avanzando en el camino de la vida cristiana.

“Un confesor que reza sabe bien que es él mismo el primer pecador y el primer perdonado”, recordó el Pontífice. “No se puede perdonar en el sacramento sin la conciencia de haber sido perdonado antes. Así, pues, la oración es la primera garantía para evitar cualquier actitud de dureza, que inútilmente juzga al pecador y no al pecado. En la oración se debe implorar el don de un corazón herido, capaz de comprender las heridas de los demás y de sanarlas con el aceite de la misericordia, lo que el Buen Samaritano derramó sobre las heridas de aquel desventurado, de quien nadie tuvo misericordia (cf. Lc 10,34)”.

Posteriormente, el Obispo de Roma y varios sacerdotes que lo acompañaron a lo largo de esta ceremonia, administraron el sacramento de la reconciliación a todo aquel que deseara acercarse a recibirlo.”Jesús médico del cuerpo y de las almas es capaz de sanar nuestras heridas y de sostenernos con la fuerza de su espíritu, de liberarnos de la esclavitud del pecado por medio de la penitencia y la oración para unirnos así a la gloria de su resurrección”, fue la oración presentada por los fieles que participaron en esta celebración, haciendo especial hincapié en la figura de la Virgen María como “principal refugio de los pecadores”.