LA AMISTAD AUTÉNTICA
Todos sabemos que el hombre es indigente e inacabado, abierto a Dios y a los demás.
El hombre como ser creado, está dispuesto por naturaleza a desarrollar una vocación. Ningún hombre se perfecciona solo. Necesariamente intervienen en su vida: las cosas, los hechos, los demás hombres. Por otra parte, Dios busca colaboradores. Se vale de éstos para que colaboren con Él en la tarea de nuestra salvación.
Si cada uno de nosotros no es Dios, es indudable que no nos bastemos, para alcanzar la vocación (perfección) a la que hemos sido llamados. No es suficiente saberlo, es imprescindible que la convicción (de seres necesitados, ¿quién no lo está?) prevalezca en el alma.
Del amor de Dios, se origina una dimensión de amor entre los hombres, participación del amor divino. Si cada uno de nosotros no es Dios, es absurdo que nos bastemos a nosotros mismos, para obtener la perfección a la que hemos sido llamados. Es necesario que la convicción de seres necesitados enraíce en el alma. Quién no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo amará a Dios, a quien no ve? Porque cada ser creado, depende en definitiva del Creador.
Del amor de Dios, se origina una dimensión de amor entre los hombres, participación del amor divino. Dios creó al hombre a su “imagen y semejanza”, el Hijo nos redimió a cada uno; entonces hay algo por lo que el hombre merece ser amado.
Ante el prójimo necesitamos mantener una actitud de respeto, de casi sagrada expectación. Nuestra actitud ante él debe presentir lo que puede haber de verdadero y profundo en su interior. La amistad se encuentra, pero no se descubre hecha. Se trata de preocuparse por él como a la persona que ama, hasta el punto de dar la vida.
Necesitamos tener amigos (no por miras egoístas), sino porque así nos hacemos personas, pero como Dios quiere. Dios lo desea. Buscando la felicidad del amigo, encontramos la nuestra. En esto consiste el amor: No busco mi felicidad sino la del otro. Amor sin cálculos. El amor es el acto por el cual la voluntad se identifica y se reúne con la alegría y el bienestar del otro.
La amistad auténtica es la que sabe compartir la alegría sin el más leve rastro de envidia. El amigo es el otro yo, la felicidad y el dolor ajenos, pero hechos propios. Esta felicidad es algo estupendo que Dios nos otorga. Dios es feliz en sí mismo, porque no necesita a nadie. El hombre necesita de los demás para ser dichoso. Amar al amigo es desearle que viva en el bien y en la verdad.