Todas las personas para cubrir las necesidades tenemos que contar con ayudas adecuadas. Tenemos procesos, a veces cíclicos, otras veces se presentan solamente cuando recorremos un camino para conseguir una meta. Esos procesos son graduales, más sencillos cuando somos pequeños, más complejos cuando crecemos, pero los recorremos con determinadas ayudas. 

Los derechos provienen del hecho de que sin esas ayudas no podemos ser eficaces en nuestros procesos. Y, hay derechos inalienables –todos los hemos de tener y nadie nos los debe quitar-. Por ejemplo: el derecho inalienable de los hijos es el derecho a la persona de sus padres, porque los hijos no alcanzan el desarrollo adecuado sin sus padres.

Pero, la afirmación: el derecho de los padres a tener hijos, no es un derecho y veremos por qué no lo es. Lo natural es que los padres tengan hijos y al tenerlos se desarrollan de una manera especial, interactuando con personas a las que  ayuda. Pero si no los tienen se desarrollan de otro modo, este hecho no les impide adelantar. Por eso, para los padres no es un derecho aunque sea conveniente que tengan hijos.

Además, como las relaciones humanas son múltiples y complejas, necesitan estar reguladas, para evitar desajustes. Entonces, cada derecho se equilibra con un deber. Si no fuera así, la solidaridad sería imposible, todos demandarían y nadie daría. Los deberes hemos de reconocerlos como una actividad que ennoblece.

Cuando los padres cubren el derecho de sus niños de contar con ellos, a largo plazo están cultivando el deber de los hijos de retribuirles sus cuidados. Esto es muy hermoso, pues cuando los hijos crecen manifiestan la gratitud y el cariño por sus padres. Lo que hicieron con ellos cuando fueron dependientes, lo harán con sus padres cuando éstos pierdan facultades por el paso del tiempo.

Derechos y deberes son dos realidades inseparables para ser mejores personas, separar este binomio equivale a un deterioro perverso.