En nuestra época encontramos en algunas personas, importantes cambios en la concepción de su existencia. Por ejemplo, en materia de moralidad, lo que anteriormente se consideraba malo o perverso, como: abortar, robar, mentir, difamar, cometer actos de corrupción o injusticias laborales, drogarse etc., ahora, para no pocos “todo depende del cristal con que se mira”. Todo es sujeto de reinterpretaciones argumentando -según dicen- motivos de “conveniencia”, “depende de las circunstancias”, “del momento emotivo de las personas”, “de lo que yo siento”…

Esta concepción de la realidad indiscutiblemente conduce al relativismo. A sostener que las verdades universales no existen sino que se cae en la esfera del subjetivismo, es decir, como cada individuo las interpreta, las visualiza. Se trata de un eclipse de la razón y un desprecio de la sensatez.

“La verdad es la adecuación de la mente a la realidad”, sostiene la Filosofía clásica. En otras palabras, nos dice que las cosas son como son, en el sentido objetivo de la expresión, independientemente de nuestro estado anímico o de las circunstancias. Realizar un acto de corrupción, como lo es apropiarse en forma indebida de una fuerte suma de dinero del erario público, es una grave falta de ética.

Otras veces, la mentalidad posmoderna reclama numerosos “derechos” pero olvida los deberes, las responsabilidades que cada acción libre lleva consigo. Por ejemplo, hay quienes sostienen “el derecho a ejercer libremente la sexualidad” pero cuando un hombre embaraza a una mujer, una reacción frecuente es huir del compromiso, de la responsabilidad de asumir la paternidad de ese niño que todavía no ha nacido, pero que existe en el vientre de su madre y que tiene el prioritario derecho a vivir.

También, se tiende a pensar que “el fin justifica los medios” como un principio vital de acción. Dicho en palabras coloquiales: “El que no transa, no avanza”. ¿La mentira, el engaño, la simulación, el fraude se pueden justificar porque se ganará mucho dinero en un turbio negocio? Es evidente que no.

Es decir nos encontramos ante situaciones donde la moral objetiva se ve diluida, desdibujada, ignorada en forma deliberada, bajo la excusa de que “mucha gente lo hace”, “no tengo la impresión de que sea malo”. Entonces las acciones se discurren no por los senderos de la razón y el sentido común, sino por las percepciones subjetivas o las meras impresiones. Se cae en una conducta inmoral o francamente amoral, donde la Ética ni la Verdad son tomadas en cuenta.

Detrás de esas conductas existe un marcado individualismo, un egoísmo exacerbado en el que rige “lo que a mí me conviene”, “lo que va de acuerdo con mis intereses económicos”. Y el bien de los demás o el de la sociedad no les interesa.

La gran tarea es retornar al uso de la razón, de la verdad objetiva, de rescatar la moral auténtica y los valores universales. En suma, el vivir conforme a la verdad, el ser siempre congruente entre lo que se piensa interiormente y lo que se hace en la vida cotidiana, es fuente inagotable de felicidad y paz duraderas.

Raúl Espinoza Aguilera