Anunciación.- “No soy yo el que dicen o piensan que soy y aún así me tratan, imputan, y califican como si fuera quien creen que soy y que jamás he sido” –clamó así el interpelado, sin afán de cantinfleo, sino simplemente atrapado en el pánico de saberse el sujeto equivocado-.Ser el equivocado para mal y para más mal, a veces. Para mal y para peor, en casos extremos que comprometen no solamente el ego, el orgullo o los tiernitos y peregrinos sentimientos, sino acaso la libertad, la vida misma.
No habrá, imagino yo, cuestiones mucho más hostiles y desconcertantes en el negocio de vivir la vida cotidianamente,así, en grupo, de manera gregaria, pues, al margen del ostracismo impuesto o auto impuesto, y del escarnio o del bullying, u otros avatares naturales a la convivencia grupal, que ser la persona equivocada en cualquier circunstancia.
¿No era yo? ¡No soy yo! Desde las situaciones más pueriles e insulsas como presentarse en una fiesta a la que creíste ser invitado; creer ser el elegido de una persona o un grupo que te ignora al momento de la elección para desarrollar alguna función u ocupar el cargo añorado; o soñar con que la promoción laboral seguramente es para ti hasta el instante anterior al desengaño. ¿Has entrado intempestivamente a algún sitio donde al verte todos guardan silencio, o se carcajean al unísono sin razón aparente? O que me dices de leer las febriles premisas de amor de tal o cual persona, acusando recibo prematura y equivocadamente,para confirmar después que el destinatario de los febriles y prometidos arrumacos tiene nombre y apellidos distintos a los tuyos.
Ser la persona equivocada puede traer decepciones, tristezas, depresión o enojo. Puede acarrear rabia hacia los sujetos implicados en la situación o, con cierta dosis de humor negro estilo francés y equilibrada autocrítica, una burla de ti mismo, una carcajada descomunal de ti mismo.
Pero fuera de las situaciones sociales sin más consecuencias que las emocionales, ser la persona equivocada, por ejemplo, en la imputación de un delito,puede ser verdaderamente devastador. Por homonimia, parecido físico, ligereza e incompetencia del acusador, o franca y artera mala leche de algún individuo que busca desquite contigo, con la vida o con sus miserias.
Con voz,o generalmente sin ella. Te vuelves a ver al espejo y te sigues viendo más guapito, más jovencito, más lozano, pues, que el retrato hablado que consta en esos folios cosidos con hilo y aguja, con base en el cual, la presunta víctima del delito en cuestión ha afirmado que te identifica plenamente. Pero ya no es una cuestión de cavilaciones antropomórficas, sino la realidad lacerante, desesperante, de encontrarte precisamente al otro lado de la rejilla de prácticas, aterrizando en la verdad que machaca que la pesadilla nunca fue ficticia.
Imagina por un momento ser la persona imputada por equivocación, recibir una sentencia copiosa de años de prisión, de delitos que ni siquiera imaginaste que existieran. Una sentencia pletórica de calificativos de una conducta abominable y punible que nunca tuviste, hiciste ni pensaste. Un cuerpo del delito integrado con base en elementos que coinciden entre sí, menos con tu realidad de persona de trabajo, de estudiante promedio, de padre de familia que no encuentra ya las palabras y argumentos que convenzan a la esposa, pareja o concubina, de la tremenda equivocación, de la falsedad de la realidad judicial, de tu inocencia intima.
Cómo restituir la imagen que uno o varios hijos engendrados en la normalidad de tu transito ciudadano por tu ciudad de costumbre, pierden de ti, contigo, a pesar de ti. Cómo recuperar la relación amorosa que te hacía sentir orgulloso de quien eras. Cómo ser normal después de haber sido presa (preso) de la injusticia mal informada, de la coincidencia fenotípica de tu cara con la de algún criminal. Después de haber encarnado al proverbial chivo expiatorio.
Cómo regresar, después de las interminables apelaciones y promociones de debido proceso, de derechos humanos, de sacudir la verdad, a una vida perdida en la duda, a un patrimonio deshecho para sufragar la supervivencia en la cárcel, a mirar cándidamente a una mujer ya sin ojos inocentes, ya con cicatrices en el corazón, el orgullo, ya con vicios presidiarios inconfesables adquiridos como un mecanismo para sobrevivir.
Y ya después, si después, si la fortuna regresa a tu existencia para resarcir, para tomar revancha, un simple “Usted-perdone-señor”, un “Mire-usted-lo-lamentamos”, y de regreso a las calles a esa vida desasociada de la realidad de un ex convicto, inocente, que hubo de cruzar el averno más descarnado, por una maldita equivocación que te hizo mierda.
“No soy yo el que dicen o piensan que soy y aún así me tratan, imputan, y califican como si fuera quien creen que soy y que jamás he sido”, y quizá le faltó agregar al interpelado, “y que ya jamás seré…”
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