Anunciación.- Volvimos a Mérida, Primo. Volvimos para encontrarnos por última vez y abrazarnos desde el corazón, muy cerca del flamboyán cuya sombra guarece la tumba donde yacen los restos de lo que fue nuestra bisabuela Antonina, con ese calor húmedo y sofocante del medio día, tan característico del Panteón Civil, de su anexo Florido. Nos juntamos para imaginarte sonreír por última vez.

Lo he dicho antes, aquí, en estas mismas páginas: hay quien afirma que los ángeles existen, hay quien dice que sí, que son alguna especie de energía fugaz que inspira, motiva, consuela y hasta reconforta.

Así describen quienes dicen que existen los ángeles. Una circunstancia inexplicable que apela a nuestra esencia de rectitud, generosidad; a esa parte intangible que los seres humanos sienten cuando se les retuerce el duodeno, el colon, el diafragma, para entregarse a una pasión, a un sueño, a los brazos de quien le haga sentir amado, a un fin noble…, con generosidad, abandono, desparpajo, lágrimas en los ojos y mucho flujo en las narices. Hay quien dice que sí existen…

Volvimos a Mérida para atestiguarlo, sí señor. Volvimos tú y yo -provenientes de distintos lugares- para ser testigos del corte de caja final de tu vida que desbordaba testimonios de admiración, gratitud y amor. El destiempo de tu partida involuntaria no redujo el caudal inmenso, tangible y trascendente de lo que fue tu vocación de dar…, dar hasta la exageración, dar a los tuyos, y a los ajenos, dar a los jóvenes y dar a tu comunidad, con una sonrisa y con un par.

Hay quien dice que los ángeles existen, querido Primo, y si acaso tuviesen razón, allí estaban mientras te veíamos partir después de volver por última vez a Mérida. Son los ángeles que vimos en el corazón grande, limpio y valiente de tus hijos, en la amorosa mirada de tu madre, la inteligencia sensible de tus hermanas; en tu esposa, tu hermano, tus compañeros escolapios, en las lágrimas de mi hijo, en fin, los testigos generales de tu paso por este mundo material que con silencios, lágrimas, cánticos y rezos, dejaban para la posteridad el reconocimiento colectivo de tu aportación a la construcción de un mundo mejor.

El cielo se precipitaba en tibias gotas de lluvia generando una atmósfera un tanto surrealista de tu partida. En ese sopor, mojados todos, podíamos comprender sin hablar de ello, que seres como tú no cesan de dispensar amor ni siquiera con la muerte, ni siquiera por la cobardía de quienes en la oscuridad vagan por su propio infierno terrenal, abyecto y ruin.

Sí, querido Primo, la luz de tu espíritu brilló de manera fulgurante eclipsando a tus detractores, dejándoles el rostro en vilo ante la impotencia de la influencia positiva de un alma como la tuya.

Palideció la trama de tu circunstancia materializada en la humanidad de un mal nacido que tendrá un final igual al tuyo pero en condiciones deplorables y en la ignominia de su propia miseria cuyo origen probable, paradójicamente, es el blanco de la lucha ciudadana que emprendiste durante tu vida:  educación, amor, oportunidad, progreso, justicia.

Las mismas carencias de los otros personajes que flotan inútiles e incompetentes alrededor de tu caso -y el de miles- en un Tabasco que ha sido arrancado de su grandeza por el mezquino y abusivo interés ilegítimo, por la estulticia infinita de su gobernador actual, de los anteriores y de todos los que hacen su cortejo para obtener prebendas, para explotar la miseria, la ignorancia, para conspirar contra todo lo que huela a trabajar lícitamente, a rendir cuentas, a respetar un Estado de Derecho cuya naturaleza rebasa su ínfimo nivel de entendimiento.

Sí, querido primo Jerry, quienes éramos testigos del redoble final de tu vida en el Panteón Civil, comprendíamos que ese brillo de esperanza que aportabas para siempre, unido al de quienes compartimos tu compromiso por el bien común, eclipsaba también para siempre a los que, incompetentes o corruptos, han permitido más de 200 mil muertes como la tuya en los últimos diez años en estas tierras nuestras.

Ante las atrocidades que cometen en nuestra Patria quienes se han apoderado de ella para esquilmarla, ante la espiral de decadencia que todos consentimos en un mundo individualista y obnubilado por el placer inmediato y la adoración al dios dinero, surge la esperanza en los hombros de algunos que deciden poner el corazón en la mesa, con tal resolución, que incluso la muerte es ya incapaz de eliminar ese legado que abre la puerta a miles de niños y jóvenes que hoy necesitan desesperadamente saber que existe otro camino, otra manera distinta a morir tan jóvenes, en las calles, y sin ningún propósito.

Quizá volviste a Mérida, querido Primo, precisamente por eso. Quizá esa pueda ser una oportunidad de entender tu partida terrenal, y comenzar a dilucidarla allá en el terreno de los santos laicos, de esas personas que iluminaron el corazón de tantos otros.

Quizá es lo que quisiéramos creer todos, quizá es lo que inapelablemente toca a los tuyos a la hora de trazar su propio destino.

Volver a Mérida así, sin eufemismos ni falsos salvoconductos. Con la pena de perder a un compañero de la infancia y la vida, con el orgullo de saberlo grande, con la solidaridad a sus hijos y la militancia compartida a la acción de exigir el cambio tan retrasado para que tu muerte hoy, ni nunca, sea en balde.

Hay quien dice que los ángeles existen, hay quien lo afirma así. Volver a Mérida hasta siempre, querido Jerry, con tus hijos orgullosos de ti, tus hermanos amorosos y las palmas abiertas de tu Madre. Volver a Mérida con el alma aferrada a revivir la infancia compartida en los veranos del Barrio de Santiago, las noches de luna en Celestún y Chicxulub, a navegar juntos con Juanca y todos, por los mares de una nación posible y el voto de jamás olvidar.

Twitter: @avillalva_

Facebook: Alfonso Villalva P.