Anunciación.- Durante muchos años fui profesor en educación media en una labor social y asistencial llamada “Educar, A. C.” en San Francisco Acuautla, Estado de México. Fue una valiosa experiencia porque, sin duda, puedo afirmar que más aprendí de las virtudes y valores de nuestro pueblo, que de lo que les pude haber enseñado a mis alumnos y a los padres de familia de ese Centro Escolar. Les impartí clases, charlas, conferencias, cursos de orientación familiar (con la ayuda de otros profesores) y abordé temas de actualidad (drogadicción, alcoholismo, la sexualidad, la pornografía, “New Age”, los cultos satánicos, etc.) y aquellos tópicos dónde me solicitaban criterios claros con la pertinente asesoría individualizada.
Del trato con tantas personas de ese lugar, puedo recordar su generosidad e interés por ayudar a los demás; su amor y dedicación al trabajo y al estudio; la unidad de las grandes familias (padres, hijos, abuelos, tíos, primos, nietos…) y el cariño entre sus miembros; la responsabilidad por ayudar y colaborar directamente en la formación de los hijos; su optimismo, su firme fe católica, su alegría y buen humor.
Entre mis alumnos les fomenté mucho el hábito por las buenas lecturas. ¿Por qué digo “buenas”? Porque hay libros positivos que producen un enorme bien y dejan una huella permanente en sus vidas y, otras publicaciones, que producen desorientación y confusión tanto en las ideas como en la propia conducta.
Pero sucedía que mis alumnos no tenían el hábito de leer libros y preferían ver películas o series de televisión. Como por esos años, tuvieron mucho éxito de taquilla los filmes sobre “El Señor de los Anillos” de J. R. R. Tolkien, un día en clase les pregunté quiénes habían visto esas películas seriadas. Por supuesto, todos alzaron la mano. Y a continuación les volví a cuestionar sobre quiénes habían leído los tomos de esa célebre novela de ciencia ficción. Y sólo unos cuantos levantaron la mano.
Entonces aproveché para animar a los alumnos que habían leído esos libros, que explicaran las diferencias que encontraban entre los filmes y la novela. Coincidieron en que la película omitía muchos elementos interesantes, por ejemplo: el alfabeto tan original que manejaban los personajes; el retrato mejor elaborado de los protagonistas; las descripciones geográficas acompañadas de mapas mucho más descriptivos; otras figuras destacadas y así muchos variados aspectos.
Entonces noté cómo se despertaba el interés de los alumnos por leer esos tomos de “El Señor de los Anillos” y, a la vuelta de un par de semanas, prácticamente todos ellos se encontraban leyendo esta obra maestra de la Literatura Universal.
Cuando concluyeron esas lecturas, me preguntaron sobre qué otros libros valían la pena leer. Les recomendé otras obras del mismo Tolkien y diversas novelas de detectives, como: las obras de Arthur Conan Doyle (más conocido por su personaje “Sherlock Holmes”), de Agatha Christie, los relatos completos del “Padre Brown” de Gilbert K. Chesterton.
Así que, aficionándose más por la lectura, me preguntaban qué otros libros me parecían interesantes. Entonces, decidí pedirle un generoso donativo de libros a un amigo mío y coloqué en la biblioteca del Centro Educativo un buen lote de libros formativos y amenos. Les recomendé: “Las Crónicas de Narnia” de C. S. Lewis (porque muchos alumnos habían visto ya las películas), los cuentos de León Tolstoi, algunas novelas de Charles Dickens, de Emilio Salgari, de Julio Verne, de Jane Austen, “El Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes, así como algunas obras de Martín Luis Guzmán, los cuentos de Juan José Arreola…
Les hacía ver que la mente humana tiene un potencial extraordinario y, si sólo se ven videos y películas, se empobrecen las facultades mentales. En cambio, el cerebro es como un fino motor de un coche de carreras, que si se aprovecha bien, con las lecturas se estimula la imaginación y la creatividad; la inteligencia se desarrolla estudiando detenidamente la trama de esos textos literarios; se aprende a pensar, a llegar a deducciones lógicas y a tener criterio; se enriquece el vocabulario; se aprende a redactar mejor y tantas ventajas más.
De tal manera que lo que comenzó siendo un interés por adentrarse más en las obras de J. R. R. Tolkien, a la postre concluyó en que muchos de mis alumnos adolescentes se convirtieron en entusiastas lectores de buenos libros.