Anunciación.- No vengas a negarlo a estas alturas. Seamos francos aquí y ahora, tú y yo, sin testigos, si es que así lo prefieres. No engañas a nadie haciendo argumentaciones sesudas y teorizantes de tus cálculos matemáticos, de tu manejo de las probabilidades: tú también te has jugado en un volado algo más que un merengue color de rosa, un destino vacacional, una propuesta decorosa, o no tanto; acaso un sí, o un no, sentimental, soso y empalagosamente romántico.  

Te puedo asegurar que alguna vez utilizaste algún artilugio insospechado para hacer una metáfora pueril y pedestre de las hojas de una margarita, en un intento absurdo y contrario a la lógica para determinar las probabilidades de ser querido por la muchacha de la mirada profunda, la de la sonrisa balsámica o aquella otra del escote incandescente, o simplemente para pagar la cuenta en una cantina.

Esta nueva coyuntura del 1 de julio no difiere en nada de la fortuna que esperas recibir en el irracional volado con el merenguero. Esto es igual, ni te sobresaltes, sólo que más a la segura: confía en ellos, recuerda, lo aseveran con una diáfana sonrisa, lo machacan en esa avalancha de spots radiofónicos en la voz —casi en todos los casos— meliflua y seductora del locutor que verbaliza un castellano impecable y te recuerda que ellos —sí, ellos— saben lo que dicen porque les consta, porque han sudado y se han tallado. Ellos, los que sí tienen estadística para anticipar la probabilidad de que te entregues nuevamente a sus deliquios y promesas de campaña como un adolescente enamorado.

Esto es mejor que el volado de cinco pesos, lo juro en nombre de esa reliquia recién envejecida que se exhibe en el templo de tu colonia. Vamos a ver, esto ya no es suerte, es lo que le sigue; ¿acaso no te das cuenta? Es una inversión segura, con rentabilidad garantizada. Es la era de la posverdad política. Ellos utilizan tu dinero para embellecerse por ti, para articular los logros que hacen de tu vida algo digno de orgullo, y que no tendrías jamás sin la suerte de haber topado con ellos en tu camino, para que te dieran luz, para que fijaran tu rumbo, para que te dieran el regalo de un mejor porvenir. Ni discutas si está bien invertido tu patrimonio, ellos saben, ellos tienen la sensibilidad en la yema de los dedos. Todo lo harán por ti a cambio de tu voto…

Es una buena inversión, lo juran ellos por sus muertos y por toda su familia revolucionaria, postrevolucionaria y contrarrevolucionaria. Sí. Han invertido tu dinero y tu futuro por décadas para inventarse nuevas y audaces formas de mimetizarse con el devenir de tu Patria. Se modernizan, ¡carajo! Sabes bien que bajo las capas y ropajes azules, amarillos, tricolores, esmeraldas, naranjas, morenos, y demás sinfonías cromáticas, son el mismo de siempre, están allí como siempre, están por ti (o sea a costa de ti) siempre. No seas necio…

Sí, claro, tienen sus pecados laicos, pero tú comprenderás que son seres humanos con debilidades tan carnales como las tuyas y que a fin de cuentas el sol sale para todos. Pero a cambio de algunos deslices por aquí y por allí, te han dado libertad para manifestarte, educación laica y gratuita —sí, leíste bien, gratuita—, seguridad, progreso… Han protegido al petróleo por décadas en tu nombre para que lo puedas utilizar cuando el momento sea prudente y garantizar salud y porvenir a tus hijos. Ellos solitos, con sus ascendientes y descendientes, sus padrinos y protegidos, sus amarres, sus asambleas populares, sus acusaciones cruzadas… Con honestidad valiente. Sudando con una frente preocupada, sufriendo en restaurantes, camionetas del año y “primeras clases” de vuelos intercontinentales.

Todo por ti, por proteger a las especies silvestres, evitar la voraz destrucción de los manglares. Con banderas intercambiables, sí, de izquierda, derecha y de centro, que es lo de menos, pues todo obedece a ese apostolado de echarse el equipo al hombro y darte lo que tú no hubieses podido conseguir sin ellos, sin ese gremio que brinca de un puesto a otro haciendo alarde de sus habilidades multitasking —como las que quisieras para ti mismo, como las de los millenials, ese gremio que sale tan bien librado siempre de acusaciones y señalamientos, con presentaciones Power Point o eventos populares masivos.

Vamos, camarada, no me digas que no crees en la suerte, en la buena estrella que se confabula con el resto del firmamento y permite que alguien aparezca e invierta correctamente miles de millones tuyos, para construirse un mensaje que garantice su continuidad y seguirte administrando la vida, orientando tu destino. ¿Qué más puedes pedir, colega? ¿Y sigues negando a la buena fortuna? ¡Por Belcebú!

Fortuna. Sí. La Buena fortuna proverbial del imaginario mexicano. Ese beneficio gratuito y poco probable que el azar de pronto pondrá delante de nosotros para resolver todos, poner las cosas en su sitio; y que no se explica sino con la fe, las tradiciones paganas, los ritos prehispánicos cristianizados, americanizados, reconvertidos con tonos asiáticos. Así, igual.

La fortuna toca a tu puerta, una vez más, como cada seis años. Identifícala en los spots radiofónicos, televisivos o en los debates de gran calado, por lo que más quieras. Tanto que agradecer al azar y tú quejándote con lloriqueos. Es la voz de la salvación, la voz del Cid Campeador que galopa a lomos de su corcel Babieca para jugarse el pellejo y batirse con los enemigos del progreso, así, por puro amor al arte, por un llamado meta-terrenal y con vergüenza torera…, y todo por tu buena fortuna que puedes acariciar, como en un volado, dentro del vientre macabro de una urna electoral.

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