Nuestras conductas son reflejo y consecuencia de nuestras heridas

11 enero, 2021
Adriana García Ruiz

Decimos, “tal persona tiene baja autoestima”, “es una soberbia”, “siempre trata de llamar la atención”, “es dependiente, irascible, no confía en nadie, siempre esta insatisfecha, es muy rígida, es controladora, es resentida, es una floja, es una obsesiva, es perfeccionista”; en fin, hacemos juicios sobre las personas. De esta forma catalogamos y etiquetamos a nuestros seres queridos, a nuestros amigos, compañeros, y nos alejamos de ellos.

La palabra respeto viene de latín y significa “volver atrás”, “volver a mirar”. Lo que significa que, ante alguna de las características anteriores, debiéramos mirar a la persona que juzgamos, en todas sus circunstancias de vida, mirar su pasado, sus heridas para entonces poder respetarla y no juzgar. De igual forma ayudarla a encontrar, identificar y sanar sus heridas.

Cuando una persona actúa con cierta ineficiencia, y que al mismo tiempo es una persona rígida, inflexible podemos intuir que sufrió una herida de injusticia, muy seguramente creció en un ambiente autoritario, en dónde sus opiniones, sueños, pensamientos no eran tomados en cuenta. Cuando los padres de familia no toman en cuenta las opiniones de sus hijos, o viven bajo el rigor de “porque lo mando yo” los niños generan este tipo de herida, así como cuando se dan muchas diferencias entre un hijo y otro, cuando se ponen castigos injustos, cuando aquello que hacen es mal interpretado y juzgado con dureza. Todo esto generando sentimientos de incapacidad, de enojo, de insatisfacción, de rigidez; así, como también se tiende a repetir patrones, que los llevan a cometer injusticias sobre otros, a ser autoritarios e indiferentes hacia los demás.

Las personas controladoras, son personas que sufrieron en algún momento una herida profunda de traición. La traición puede significar desde una promesa no cumplida, ofrecimientos que jamás se hicieron realdad. Cuando juramos amor hacia nuestros hijos y nuestras acciones los hacen sentir inseguros de ese amor, por ejemplo, las amenazas como “te voy a llevar con el pepenador de basura”, “si sigues así te vas de la casa”. El divorcio o separación de los padres deja una gran herida de traición en los hijos, y más si los padres de familia utilizan a los hijos para castigar o controlar a sus ex parejas.

Cuando por un error cometido los hijos no se sienten comprendidos o amados, cuando constantemente les decimos “ya no te quiero” o “si haces tal cosa no te voy a querer”. Cuando los hijos sienten que depende de sus resultados y acciones el amor que les profesamos. Se vuelven controladoras, pues dejan de confiar en las personas, dejan de confiar en el amor, dejan de confiar en los resultados obtenidos y por lo tanto quieren asegurarse de que todo saldrá bien, que nadie más los hará sufrir. Quieren asegurarse de no ser abandonadas y sus relaciones afectivas las viven a través del control.

Otra herida, es la herida de abandono. ¿Cómo reconocer a una persona que sufrió una herida de abandono? Pues por lo general es una persona perfeccionista, son personas que se dedican a complacer a todo el que les rodea para ser agradables ante los otros, son dependientes, una persona que puede fácilmente dejarse humillar o creer que es culpable de todo, pueden ser personas solitarias o retraídas debido al miedo de ser abandonadas nuevamente. Esto sucede cuando hay mucha ausencia paterna. Cuando los hijos tienen actividades importantes y los padres de familia no los acompañan o no le dan importancia a los triunfos y éxitos de los hijos. Cuando los hijos son abandonados por los padres. La muerte de un ser querido, la ausencia de alguno de los padres de familia, la separación o el divorcio.

Una persona que muestra sentimientos de inseguridad, acomplejada, temerosa, que pareciera que todo le da vergüenza, que vive con miedo a equivocarse; que vive como víctima. Una persona que humilla o maltrata los demás, así como permite la humillación o ella misma se humilla constantemente, o que también muestra rasgos de soberbia, baja autoestima, masoquismo es una persona que seguramente sufrió una herida de humillación. Debido a que seguramente en su infancia recibió críticas constantes, burlas, bullying, o también sus padres, maestros o personas cercanas a ella siempre resaltaban sus características negativas, sus errores o fallas y lo bueno nunca era visto. Son personas que muy posiblemente sus padres los señalaban constantemente como los que siempre cometían errores.

Por último, veremos la herida de rechazo; la actitud de rechazo se manifiesta a través de actitudes o comentarios en los que hacemos sentir a los otros inadecuados. Cuando una persona no se siente aceptada como es, cuando se siente desaprobada. Cuando es despreciada por alguna característica física o intelectual. Cuando los padres de familia les dicen a sus hijos, “nunca puedes hacer nada bien”, “siempre te equivocas”. Cuando dicen cosas como “eres un estorbo”, “me tienes harta” este tipo de herida provoca que la persona se auto sabotee, se esconda de los demás, tenga miedo a decir la verdad, se sienta inadecuada, genere un auto desprecio. Son personas con poca tolerancia a la frustración, sensibles a la crítica. Buscan constantemente la aprobación de los demás. Al mismo tiempo que están constantemente en actitud defensiva. Se sienten indignas y por lo tanto son complacientes con los otros. Les cuesta mucho trabajo la autocrítica, pero tienden al perfeccionismo; pueden llegar a auto agredirse o caer en las adicciones.

Las heridas infantiles dejan huella en el corazón, en el alma y la psicología de la persona. Aprende a identificar tus heridas, busca ayuda para sanarlas, reconócelas y procúrate una mejor vida, perdonando y transformando esas heridas en aprendizajes. No repitas patrones de conducta. Atrévete a vivir libre de dolor, sufrimiento, máscaras y resentimiento. Que pueda salir tu identidad verdadera, tu luz y brillar, que puedas ser tú mismo y vivir feliz.