LOS ABUELOS EN TIEMPO DEL CORONAVIRUS
Por: María Teresa Magallanes Villarreal
Cuando me sugirieron este tema pensé que lo único que podría decir es que hay que mantener a los abuelos aislados, sin contacto directo o cercano con cualquier miembro de la familia para proteger su vida y su salud, ante la pandemia que vive el mundo entero. Sin embargo, luego de pensarlo un poco, caí en cuenta de que hablar de los abuelos, no necesariamente es hablar de los ancianos. A decir verdad, la mayoría de las personas se convierten en abuelos en su primera etapa de madurez, entre los cuarenta y cincuenta años. A estos, los voy a llamar, “abuelos jóvenes”.
Un gran médico y orientador familiar, que dejó una huella extraordinaria a su alrededor, y que era mi querido esposo, al final de su vida estaba escribiendo un libro que quedó inconcluso al que iba a titular “Juventud, una virtud sin edad” En su escritura contaba también con la colaboración del Doctor Oliveros F. Otero, gran filósofo y pedagogo español, iniciador de la orientación familiar a nivel mundial, precisamente aquí, en México. La tesis del libro era fundamentar que el alma humana no envejece, el que envejece es el cuerpo. Porque, los viejos de años, pueden seguir siendo muy jóvenes de espíritu y esto se refleja en que aún tienen proyectos, que no se sientan solo a recordar el pasado, sino que siguen pensando en qué pueden hacer en el presente y el futuro para que este mundo sea mejor.
Pues bien, convertirse en abuelos, no necesariamente significa ser viejo y mucho menos anciano. Los abuelos jóvenes, están en plenitud de la edad, en edad de producir con su trabajo bienes de toda clase: ciencia, servicio, enseñanza, empresas, negocios, instituciones, asociaciones civiles y hasta hacer política, además de procurar los medios económicos para su familia, en la que ya hay hijos autónomos y productivos, que han iniciado su propia familia.
Estos abuelos son los que ahora están sufriendo mucho con el confinamiento que les aleja en cierta medida de su trabajo habitual, aunque la creatividad humana y los medios tecnológicos han hecho posible que no se detenga del todo la actividad de estos abuelos. Ellos, recluidos en su hogar con su familia, siguen siendo muy activos. El reto que tienen es mantenerse físicamente activos, sin que puedan ir al gimnasio, ni salir a correr o caminar como seguramente acostumbraban. Ahora les toca hacer ejercicio en casa, porque la casa tiene que seguir funcionado ahora más que nunca. Tal vez, muchos no acostumbraban regresar a comer a casa y comían en algún restaurante o puesto cercano al trabajo, ahora tienen que hacerlo en casa. Ellos, hombres y mujeres, se han de ocupar de que la casa marche bien, de que en ella haya orden y limpieza, elementos básicos de la estética, y han de compartir las tareas necesarias para que esto ocurra.
Este es tiempo de volver a aprender a convivir más de cerca con los miembros de la familia. Me llama la atención que se comente que seguramente aumentará, o ya está aumentando, la violencia familiar. Esto no tendría por qué ser así. Si ocurre, es porque en esas familias ya había violencia antes, que viene del desamor, y al pasar todo el tiempo juntos, hay más oportunidades de discutir y pelear. A decir verdad, no estamos viviendo más que las consecuencias de la buenas o malas relaciones familiares que ya teníamos antes de la cuarentena.
Una gran misión de los abuelos en esta etapa es la de dar buen ejemplo a los hijos que viven con ellos en el hogar, y a los que ya viven fuera. La relación entre los abuelos es una cátedra donde todos pueden ver en vivo y directo lo que es el amor madurado a través de los años y la vida en común.
También es una oportunidad dorada para recomponer lo que hubiera ido mal entre ellos. No cabe duda que ante los riesgos de algún peligro para nuestra salud y nuestra vida, tendemos a hacer un recuento de nuestras vivencias y descubrimos muchas cosas que hay que arreglar, otras en las que reconocemos que tenemos que pedirnos perdón unos a otros. Todo esto puede resultar en una mejora de cada uno como personas y en una relación renovada que nos hace más felices.
Ahora hablaré de los bisabuelos, esos que verdaderamente están entre los principales elegidos de este malvado coronavirus, ya que, como nos han explicado repetidamente, las personas mayores de 60 años son las que tienen más riesgo de sufrir complicaciones por el COVID 19, que los individuos más jóvenes y morir.
Creo que alrededor de los 65 años y más, es muy probable que ya seamos bisabuelos, sobre todo si nuestros hijos y nietos no se han creído dueños exclusivos de la vida, y si la han transmitido a la siguiente generación.
A estos, es a los que ahora les toca quedarse más aislados aún, sin contacto cercano con sus hijos y nietos, para evitar un posible contagio. Seguramente, también ellos encontrarán en qué ocuparse durante su aislamiento, hay tanto que leer, tanto que pensar, reflexionar y decidir por si acaban “coronados” por el famoso virus. Es tiempo de demostrar, de todas las formas posibles, el amor que tenemos a nuestra familia, aunque sea de lejos. Por eso es bueno que estemos en contacto, por WhatsApp, por teléfono, por correo electrónico, etc.
Es tiempo de decir a todos cuánto los queremos, de recordarles los principios fundamentales de conducta en que les hemos educado. Tal vez sea la última oportunidad que tengamos de dejar una huella profunda en todos ellos que pueda servirles para el resto de la vida. Vivamos intensamente este tiempo, tiempo de amar más, de perdonar y pedir perdón, de dejar salir la ternura que en otras etapas de la vida estaba confinada detrás de la autoridad necesaria para educar.
Es tiempo de vivir de fe, confiando en que Dios, que todo lo puede es quien va a decidir por nuestra vida y salud, y que lo que decida será lo mejor para cada uno. Finalmente, los bisabuelos ya no nos malogramos, hemos vivido una vida llena de experiencias de todo tipo, hemos sido capaces de dejar testimonios de nuestra existencia en los que vinieron después de nosotros. Hemos sembrado y visto crecer y dar fruto esa semilla. Hemos sido muy felices y hemos sufrido lo necesario para poder madurar. ¿Qué más podemos pedir? Ahora es cuando tenemos que dar testimonio de que realmente creemos en que esta vida es sólo una etapa de nuestra existencia; que comenzó un día en que Dios nos amó tanto como para crearnos, que nuestra vida ha discurrido en su presencia, bajo el amparo de su providencia y el calor de su amor, y que no es ninguna tragedia que, llegado el momento, nos llame a la eternidad a la que todos estamos llamados.
Es tiempo de dar testimonio de fe, es la oportunidad de animar a nuestros hijos y nietos, la vida sigue, más allá de la muerte. Dios nos espera para abrazarnos amorosamente cuando llegue el momento. Pero hay que cuidarnos mucho, para que se haga en nosotros sólo la voluntad de Dios y, ¡no sea nuestra irresponsabilidad la que adelante ese momento!