Anunciación.-El verdadero nosotros es una comunidad de personas unidas entre sí por la amistad y que, por el recíproco don de ellas mismas, constituyen un todo en el que cada una de ellas encuentra su felicidad en el intercambio mutuo de sus vidas. El amor no es un perfeccionamiento de la simpatía; ésta puede prepararlo y acondicionarlo, pero el amor crea una comunidad espiritual. Se dirige, más que a la naturaleza o a las cualidades de la persona, a la persona en ella misma y a su singularidad. Simpatizamos con una naturaleza, pero amamos a alguien. El amor ve un sujeto en aquel a quien ama, un sujeto que aspira a la plenitud, y cuya presencia es su alegría, un sujeto al que hay que diferenciar y al que hay que hacer crecer. Amar es querer al otro como sujeto.
Amar es constituir un nosotros, en cuyo interior se ubica la conciencia como relación de mí para ti y de ti para mí. Amar no consiste en pasar al otro para perderse en él, sino en constituir un ser que es un . El amor implica cierta alteridad; pero no una alteridad del orden del él, que es exclusión, sino una alteridad del orden del , que es reciprocidad de presencia. La presencia del  en el amor implica una suerte de distancia intencional, que no es exterioridad, sino que es constitutiva de la intimidad; y es esta distancia la que hace que dos seres sean uno siendo uno para el otro, intercambio y diálogo: Cuando hablo de alguien en tercera persona, le trato como independiente –como ausente–, como separado, como exterior a un diálogo en curso, que puede ser un diálogo conmigo mismo. Mientras que en segunda persona sólo me dirijo a quien es mirado por mí como susceptible de responderme, de la manera que sea. El  es invocación, intercambio y reciprocidad. Presencia, diálogo, reciprocidad, estas palabras designan lo contrario de una fusión. En el amor hay una alteridad esencial, y ésta es su primera nota característica. Gabriel Marcel ha insistido en la idea de que el  es lo que es imposible de objetivar. Reduzco al otro a no ser más que naturaleza, cuando lo trato como él. El tú es lo que, en el otro, es verdadero principio de acción, sujeto verdadero con su profundidad y su misterio. Amar consiste en transformar un él en . Es preciso que el ser amado tenga un sí mismo íntimo y secreto, para que lo pueda desvelar. Es preciso que mi yo me pertenezca para poder abrirlo y entregarlo. El amor relaciona dos términos distintos para que puedan tener la dicha de corresponderse el uno al otro y de vivir el uno para el otro. El  que suscita el amor es ese ser cuya sola presencia nos encanta, y el encanto con que nos envuelve no proviene más que del hecho de que existe. Le amamos por él mismo, en su ser singular, y en lo que tiene de misterioso y de infinito. El amor es esencialmente inventor del tú; lo que amamos en aquel a quien amamos no son sus cualidades, sino el fondo mismo de su ser, cualesquiera sean sus cualidades. El amor crea las cualidades, y hasta la naturaleza más humilde tiene un precio infinito para quien ama, pues lo que ama en esta naturaleza mediocre es el sujeto personal, único, que como tal tiene un valor infinito. Amamos a alguien porque es él. Y por eso podemos seguir queriendo a seres indignos. A quien amamos no lo amamos porque tenga valor a nuestros ojos antes de qwue lo amemos, sino que adquiere ese valor y su presencia nos es querida precisamente porque lo amamos. El  y el yo no preexisten al amor, sino que están constituidos directamente por él. No hay, pues, que decir que el amor se dirige al , como si el  fuese una cosa antes que el amor. Éste es el inventor del ; y el que es primero es el nosotros. La relación pone sus términos.
Nuestra conciencia de yo no se constituye paralelamente a la de un nosotros, porque no hay yo sin nosotros. La conciencia es conciencia de nosotros, y es en el amor donde esta conciencia se intensifica y se desarrolla; es también ahí donde el  es deseado de la manera más profunda, pues es deseado por él mismo y por su existencia propia. El ser se constituye en el amor, creador de una sociedad de personas que son tus. La conciencia que ama perfectamente no retorna sobre sí misma, y se esfuerza en ayudar al sujeto a constituirse como él mismo, al tiempo que aspira a suscitar seres con iniciativas y capaces de una entrega de ellos mismos. No son los seres singulares los que producen el amor, sino que es el amor quien los produce a ellos. Para quien ama, hay algo más que la individualidad opaca y excluyente. Para quien no ama, la personalidad es algo ininteligible, una deficiencia, un obstáculo que habría que vencer.
El  es mucho más personal y singular que el él; pero esta singularidad sólo existe en el nosotros. Hay que negar la multiplicidad de la exclusión para engendrar una multiplicidad de intimidad que sea consciente de todos en cada uno y de cada uno en todos, y que sea conciencia de una recíproca interioridad. La relación recíproca que define siempre un crédito y un débito es el nosotros. La razón es un esfuerzo hacia el uno; estamos ordenados hacia la totalidad, pero el amor hacia una totalidad de valor y de significado.

Autor. Dr. Carlos Díaz